EN LA TUMBADORA, TATA GÜINES

 

Por ©Mayra A. Martínez

 

Tras la puerta, entre las fotos y los carteles que cubren la pared, hay uno con la simple silueta de una tumbadora y dos manos encima del cuero.  Basta esa imagen y diez letras: Tata Güines, para saber que nos encontramos frente a uno de los virtuosos de la música cubana.  Su inventiva rítmica, versatilidad y audacia estilística son legendarias y su sabor resulta inconfundible, ya sea para el público eufórico ante su contundente espectacularidad o para sus seguidores, empeñados en descubrir los secretos escondidos en sus recias uñas, en las yemas o en las palmas de esas manos capaces de sacarle al tambor una increíble multiplicidad de sonidos agudos, secos, pastosos, graves, intensos.

Por eso, mientras tomo la secuencia de sus golpes sobre el parche, descubro que éstas son vivaces, pero no bruscas y lucen suaves al tocar, sonriendo para la foto, con la mirada atenta al abigarrado paisaje de grúas y buques, en el fragmento de la bahía habanera, bordeada por las líneas de los ferrocarriles, que se divisa desde el tercer piso de su apartamento en el musical barrio de Jesús María.  Paula, su compañera, guarda la vieja maleta repleta con docenas de recortes de prensa, en diversos idiomas y cientos de fotos, muchas dañadas por el tiempo, que revisamos con parsimonia, hasta que los ladridos de la perra mansa avisaron la llegada de su dueño, este hombre originalmente nombrado por sus padres, un 30 de junio de 1930, Federico Arístide Soto Alejo.

 

En la rumba Güines, nadie imaginó aquel día cuánto rodaría por el mundo el apelativo de esa población, gracias al Tata, el mayor de los hijos de Joseíto, el tresero, cortador de caña en el Central Providencia y agricultor eventual.  Cuando el pequeño salía, con su cajita de limpiabotas por el barrio de Leguina, siempre pasaba por la esquina de la Santa Bárbara, donde no cesaba la descarga. Así creció, entre sones y bembé.  Iba a la escuela y percutía infatigable la tapa del pupitre.  Fabrica su primer par de bongoes, con una lata vacía de chorizos y otra de leche condensada.  Al igual que su padre y sus tíos músicos, a los diez años busca un oficio para conseguir el sustento.  Es aprendiz de zapatero en una fábrica local. Antes ya tocaba el contrabajo subido a un taburete con el conjunto Ases del Ritmo o con el Partagás, dirigido por Dionisio Martínez, su tío, conserje de la Sociedad para negro Bella Unión, donde con posterioridad, junto a sus primos funda la orquesta Estrellas Nacientes que imitaba a Arcaño y sus Maravillas.  De los instrumentos de percusión, curiosamente, la tumbadora fue la última en llamar su atención.

 

Por supuesto, el Tata quinceañero que conoce a La Habana sólo dispone de un improvisado techo en [el barrio] Las Yaguas, una tumbadora y un sinnúmero de ilusiones.  Nunca le habían hablado de los compositores como Armadeo Roldán que al dirigir la Rebamba baramba, décadas atrás, liberaba de su batuta a los tambores en la ejecución de complicados pasajes; ni sabía de la obra de un Alejandro García Cartula, con sus Yamba – O, La Rumba o Bembé.  Eso sí, admiraba a Chano Pozo, el creador de Blen blen blen y de Manteca.  Escuchaba sus números por la radio e intentaba repetir sus toques.  Con ese acicate fragua sus propósitos.

 

 

Tata Guines . Foto Mayra A. Martínez

 

 

 

—Discriminaban a los tamboreros.  Algunos directores nos pagaban menos.  ¡Era lo último! Y me dije «voy a darle prestigio al instrumento».  ¡Así lo dije! Siempre consideré que la misma importancia tenía en la orquesta un violín, un piano o una tumbadora.  Todo requiere su arte. . .Además, sin percusión no hay ritmo y sin éste, ¿dónde está la música cubana?  Algunos criticaban: «eres un soñador».  Y yo, buscándole un formato ritmático, sacando timbres sobre el cuero, para definir mi sonido.  Mientras creaba, otros preguntaban «a que escándalo».

 

Igual pasó al utilizar las uñas.  Volvieron con la misma balada: «está loco», «es puro aspaviento».  Después, el resto de los percusionistas se dejaron crecer las uñas y aprovecharon mi iniciativa.

En esos inicios capitalinos, integra La Nueva América, de Paso Domini y hace suplencia en las academias de baile Marte y Belona o Habana Sport.  De Luyanó al Vedado, andaba con la tumbadora a cuestas: en ocasiones, en la parte posterior del tranvía llena de canastos de vendedores ambulantes, y a pie venía hasta La Voz del Aire, la emisora de la cúpula de 25 y G, donde cobraba diez centavos por cada presentación.  En bailes recibía, en el mejor de los casos un peso.  Pasa a Los Jóvenes del Cayo y por día, limpia zapatos y vende revistas, junto a una colega “buscavida”, en los bajos del periódico El País.  Más tarde, entra en la Típica de Belisario López.  De ésta, va a un conjunto campesino, en calidad de contrabajista y alterna con el conjunto Camacho, en otras emisoras.

 

—No paraba, todo el tiempo estaba buscándome el «orégano».  ¿No sabes qué significa no? Pues, el billete.  Así le decíamos. Tocaba clave, bongó, güiro, timbal, tumbadora, contrabajo, cantaba. . .En una de esas andanzas conocí a Chano Pozo.  A las cinco de la tarde, el Trío Taicuba hacia programa en Cadena Roja y por quince centavos acompañaba en el bongó.  Al terminar, fui a la cafetería. Ahí estaba Chano.

Me lo presentaron y hablamos un poco.  Después, estuve en su espacio de Cadena Azul.  Sentí que había logrado algo deseado.

Era simpático, imaginativo, buen improvisador. Eso sí, brusco en el sonido.  Tenía más vigor que técnica, con mucho impulso sobre el parche.  Pero era un maestro.  Abundaban los rumberos de barrio, sin embargo, Chano destacaba por su creatividad. En cualquier lugar se inspiraba y no olvidaba el número.  En unos carnavales salí tocando con él, que dirigía la compasa de Los Dandys de Belén.  ¡Fue duro! ¡Era tremendo ir desde el malecón, por el Prado, sin parar, con la tumbadora colgada y sonándola en serio, hasta Monte!

 

 

 

En los cincuenta, Tata Güines graba con Arturo Chico O’Farril y con Cachao y su Ritmo Caliente, junto a Frank Emilio, Guillermo Barreto, Gustavo Tamayo y otros instrumentistas de relieve, interesados en una entrega sonora más experimental.  En 1955, va a Caracas para tocar en los carnavales y lo sorprende el recibimiento de los percusionistas ansiosos por recibir sus indicaciones.  El aeropuerto Tata no salía de su asombro y se preguntaba: « ¿Cómo soy tan famoso?»  Descargas Cubanas, el LP editado con Cachao, había pegado en la radio venezolana y las actuaciones en los festejos confirmaron su éxito.

 

 

 

En el Teatro Payret con el Quinteto Instrumental de Música Moderna.

Cerca de los años sesenta

 

 

No obstante, sería en Nueva York donde conquistaría sus triunfos definitivos. El calificativo dado por los especialistas norteamericanos sintetiza este hecho: «Manos de Oro».  Con la Orquesta de Fajardo y sus Estrellas tocan en la popular pista de baile de Broadway, en el Palladium Ballroom.  Coinciden con la banda de Machito que respaldará  a Beny More en sus actuaciones.  Este le pide a Tata Güines que lo acompañe  en la tumbadora y de esta manera, trabajan juntos en los AFROCUBANOS durante diecisiete días. Luego se presenta en el hotel Waldort Astoria donde recibe la propuesta como solista.  Monta un espectáculo compartió escenario con: Josephine Baker, Frank Sinatra, Mayrnard Ferguson y con Los Chavales de España con quienes grabó el tema “No te puedo Querer”.  Realiza giras por California, Texas, Chicago y Miami; imparte clases, dicta conferencias sobre percusión cubana, mientras actúa con éxito en importantes centros nocturnos.

 

 

—En el cabaret del Waldorf improvisa, cantaba y, por lo general, hacia mi repertorio.  En ese hotel no entraban los «musulungos». . . ¡De eso nada! Todos eran ricos.  No niego lo raro que me sentí al comienzo como solista.  Entonces puse cinco tumbadoras con la intensión de ambientar aquello, con distintas afinaciones.  Por supuesto, a mí no me hacen falta tantas, pues sólo con dos saco el sonido de cinco.  El asunto es saber combinarlos.  Y no importa la cantidad.  Hay quienes dominan una y pretenden impactar con varias.  Ahora bien, en el Waldorf la fama duraba hasta el escenario.  Después como decían en los letreros: «no color», «no dogs».  Me pagaban bien. Tenía carro y todo. Pero nunca me adapte a esa vida.  No era feliz.  Y no aprendí ni tres palabras en inglés.  Vivía en el Pasia, un hotel para negros en Manhattan y; a menudo comía en el restaurante El Prado.  Iba a Harlem atravesando el Parque Central.  Ese era el Birdland o en el Metropolitan, al terminar cada uno su trabajo, por las madrugadas, nos encontrábamos para descargar. Iba [Dizzy] Guillespie, Maynard, Chico Halmiton entre otros. Siempre anduve rodeado de músicos de jazz.  Y dejé mi huella, no cabe dudas.  En verdad, me gusta improvisar y, en el jazz, no es fácil.  Tiene métricas difíciles. Desarrollé un estilo, una técnica propia. ¡Nadie me la enseñó! Todo para buscar un sonido más limpio, con matices. . .En el mundo, ¡no hay percusionista que no me siga!

 

 

Tata no cuenta, sin embargo, acerca de sus vínculos con el Círculo Cubano en Nueva York, donde ofrecían espectáculos y bailes para recaudar fondos en apoyo a la lucha insurreccional en la isla. En 1960, vuelve a Cuba y cancela los contratos pendientes.  Trae un montón de recuerdos, un indiscutible prestigio internacional y sus tumbadoras, las carga durante varias décadas, construida por los Bergara, innovadores del instrumento, con roble curado de los toneles de vino español.  En algunos sitios intentaron robárselas o, por el contrario, le han entregado cheques en blanco una compra de compra.  Más no lo han conseguido.  Tata no se concibe sin ellas. Les cambia los cueros, las repara, las pinta.  En su opinión, el mejor cuero es el del caballo, aunque en la actualidad la pareja tiene uno de buey y otro de vaca.  «El macho y la hembra, ¿no? son unas tumbadoras románticas», exclama bromeando.

 

 

Con Sonia Calero en un dúo improvisado

 

 

 

—Cada maestro tiene su librito, como dice el refrán.  Algunos preguntan como apoyar las manos en los cueros para sacar mi sonido.  Y yo enseño hasta donde puedo.  Hay quienes levantan las manos muy alto.  Son efectistas, al lanzar el golpe desde arriba.  Se «fajan» con la tumbadora.  ¡Una bronca absurda! Es un error. Por eso, trabajo pegado al parche.  De lo contrario se pierde velocidad y uno se cansa a la mitad del número.  Sobre los cueros toco limpio, fuerte, y mantengo la estabilidad.  Los golpes duros, lo advierto, no producen sonido agradable, dulce, capaz de llegar al oído y no molestar.  Por ejemplo, estoy reconocido como una de las «manos izquierdas» más rápida sobre el tambor.  Algunos creen que soy zurdo.  No es así.  ¿Por qué aplico más la mano izquierda?  Es sencillo, es la que determina el ritmo.  Ahí está la verdad.  No es asunto de práctica, ni de fuerza.  No soy corpulento.  ¡Si fuera por eso, imagínate, cuando empecé a tocar en La Habana no pesaba ni media libra! Sin embargo, no tengo mayor velocidad en la mano izquierda. Siempre fui rápido.  Es natural.  Y produzco la misma intensidad sonora con cualquiera de mis manos.  La izquierda da el ritmo, la derecha los sonidos secos y la melodía nace entre las dos.  Eso sí, mis golpes con la izquierda y las combinaciones han encontrado sus continuadores no sólo entre los tumbadores, sino en paileros, pianistas.  Oigo las orquestas y reconozco, sin dificultades, los toques creados por mí.

 

 

 

 

Tata y Maira Limonta en un teatro italiano

 

 

Los críticos alaban la maestría de Tata Güines tras sus presentaciones en cualquier latitud.  «El solo hace un show con sus tumbadoras y es capaz de producir con sus dedos y las palmas de sus manos todos los sonidos de la naturaleza», señalaban en el Diario del Caribe, en [Barranquilla] Colombia, a propósito de sus aplaudidas actuaciones en ese país.  Asimismo, [el diario español] El País destacaba recientemente cómo «a su compás han bailado desde Carmen Miranda hasta Antonio Gades».  Era la referencia obligada a su participación en Ad Laibitum, obra de Sergio Vitier para ser danzada por Gades y Alicia Alonso. En República Dominicana, los diarios lo calificaron «un pianista fuera de serie. . .que logra entretener al público, porque el público hace todo lo que esta alegre y contagiosos les pide».  Tata, con el paso de los años, ha perfilado su labor de solista con hincapié en la espectacularidad, sin desmedro de sus incursiones en grupos, como el Quinteto Instrumental de Música Moderna, guiado por Frank Emilio y conocido con posteridad como Los Amigos, en unión de los cuales ha grabado tres LP.  En 1964, forma Los Tatagüinitos.  Populariza composiciones propias.  Basta citar Perico no llores más, Auxilio, Fanfarrón, Miami dame el mantecado o No metas la mano en la candela.  Varias de estas piezas conformarán su primer acetato como solista, respaldado en algunas —El perico. . .y Blen blen blen de Chano Pozo— por la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo la batuta de Manuel Dúchense Cuzán.

 

 

—A los públicos les busco «la mecánica».  ¡Qué voy a tener miedo escénico! Así sean los más apáticos salgo a ganármelos.  «Están fríos», dicen otros compañeros, pero contesto «déjemelos a mí». Voy a conquistar.  No me importa el idioma.  Nada tiene en común con la tumbadora.  Importa el alma, aparte de la técnica.  Vale la emoción. De veras, si uno trabaja con emoción y con buena técnica, todo lo consigue.  ¡He puesto a bailar a cada uno!  Recuerdo a principios de los ochentas una gira por Colombia.  Fue maravilloso.  Igual en México o en España. Algunos no expresan sus sentimientos y uno ni sabe qué están captando de espectáculo.  Toco, por lo general, entre treinta y cuarenta minutos en cada actuación.  Aunque soy capaz de tocar seguido durante dos horas sin agotarme.

Su sabor inconfundible está lleno de ritmos y melodias.

Tata Guines . Foto Mayra A. Martínez

 

Observo el regocijo en su rostro.  Tata está orgulloso de su trayectoria musical.  Su premonitoria aseveración de convertir la tumbadora en un instrumento clásico se ha cumplido con creces.  Ha sido aclamado en varios continentes, desde las pistas de bailes, los fastuosos cabarets, los clubes jazzísticos, hasta los teatros, estudios televisivos o relevantes festivales, como el VII Encuentro Mundial de la Guitarra, en Martinico, donde acompañó al guitarrista Joaquín Clerch.  Su nombre ha brillado en las marquesinas de Montecarlo, Venezuela, Puerto Rico, Bulgaria, Suiza, Unión Soviética [hoy Rusia]. Panamá o Filandia.  Este apasionado del son y del bolero, no obstante guarda secretos sobre su modo de tocar.  Le pregunto si algún día los dará a conocer a continuadores.

 

 

En una descarga con sus amigos en Guines provincia de La Habana

 

 

 

—Quizás. Cuando me vaya a «fugar», como dice mi amigo José Antonio Méndez. . .

 

—Pero, no siempre nos avisan la hora de la última partida.

 

 

Protesto a Tata.

 

 

—Es verdad. Entonces, si no me dan la voz de alarma, mala suerte. Me iré con mis secretos. Después de todo, conviene enseñar a tomar el camino, pero no a llegar hasta el final.  Así, que descubran más técnicas oyéndome en las grabaciones.  Ahí están todos mis secretos. Puede ser interesante irme con ellos,  ¿no?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tata Guines . Foto Mayra A. Martínez

 

El artículo original fue suministrado por David Cantrell y lo trascribió Israel Sánchez-Coll para Herencia Latina.

 

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