En pleno control

 

 

 

Avatar

Dueño absoluto de su arte y de su carrera, el pianista cubano Gonzalo Rubalcaba se abre a nuevas expresiones musicales en ‘Avatar’, su más reciente CD.

 

Por Ben Ratliff

The New York Times

El pianista cubano Gonzalo Rubalcaba, quien a lo largo de los últimos 15 años se ha convertido en uno de los más grandes músicos de jazz, es meticuloso con su música. Uno sólo tiene que escuchar las primeras notas de ‘Avatar’, su hermoso y complejo nuevo disco, para darse cuenta. Rubalcaba tiene un control casi sobrenatural sobre su sonido, como si estuviese tocando directamente las cuerdas del piano en lugar de usar las teclas como intermediarias.

También es meticuloso con sus ideas. Tiende a clasificar la música de acuerdo con criterios muy exactos, y habla del jazz en términos de “códigos” e “información”. Prepara sus discos -sus “producciones”, las llama él- con rigor conceptual.

Rubalcaba ha vivido una década, más o menos, en una tranquila comunidad cerrada del sur de Florida, a una media hora de Fort Lauderdale. Su vida se asemeja más a la de un virtuoso de la música clásica que a la de un músico de jazz. Él va a los aeropuertos, hace sus giras, llega a su casa y a practicar se ha dicho.

“Siempre quise tener silencio al llegar a casa de trabajar”, dice, completamente vestido de blanco, durante una entrevista en la sala de su casa. Rubalcaba, quien está casado y tiene tres hijos, ya tiene 44 años, aunque luce más joven y habla como si fuera más viejo. Es pequeño y compacto, con juveniles pecas en la nariz, pero discute su música con una gran seguridad en sí mismo, como si fuera un profesor universitario.

“Yo trabajo como si lo que estoy haciendo fuese lo último que voy a hacer en mi vida. Es mucho mejor que tratar de ver qué será lo próximo”.

Gonzalo Rubalcaba
pianista

‘Avatar’, que salió este mes bajo el sello Blue Note, representa su primera interacción seria con la nueva generación de jazzistas de Nueva York en los 15 años que lleva en los Estados Unidos.

Lo cual le viene muy bien a Nueva York. Una de las más recientes y excitantes corrientes musicales en la ciudad es un nuevo tipo de jazz afrolatino, con mayor complejidad intelectual, ambición composicional y precisión cultural.

Pero Rubalcaba no ha sido parte de este movimiento, en general. En cambio, ha hecho sus propios discos y ha trabajado junto a su trío en todo el mundo; también ha grabado con Charlie Haden y Joe Lovano, y ha creado su propio repertorio de temas para piano solo.

Rubalcaba viene de una familia musical en Cuba: tanto su padre como su abuelo eran miembros prominentes de orquestas populares. (Su padre, Guillermo Rubalcaba, fue durante un tiempo el pianista de la banda del violinista Enrique Jorrín, quien creó el chachachá). Nacido en 1963, creció viendo a los mejores músicos populares de Cuba tocar en su casa: Jorrín, el bajista Juan Formell, de los Van Van, el pianista Frank Emilio Flynn, el percusionista Changuito, la cantante Omara Portuondo. Fue el complemento perfecto para los estudios de Rubalcaba en el conservatorio musical de Cuba, donde aprendió la música clásica europea.

“Tuve dos escuelas”, dice. “La escuela de mi casa, la música de la calle que me llegaba a través de mi padre y mi familia, y la escuela ortodoxa, la clásica, que no quería saber nada de música popular”.

En 1992, salió legalmente de Cuba hacia la República Dominicana, donde vivió seis años; entonces solicitó residencia permanente en los Estados Unidos. (Ahora es ciudadano estadounidense y cada vez que regresa a Cuba a ver a su familia tiene que solicitar un visado).

Rubalcaba grabó ‘Avatar’ el año pasado a toda prisa, tras fracasar en producir un nuevo disco con su trío. Decidió que estaba cansado de ese formato, al que le dedicó, consistentemente, los últimos 15 años (ha grabado más de 20 álbumes). Tenía en su mente un sonido más amplio, así que procedió a enlistar uno a uno a los miembros de lo que sería su nuevo quinteto.

Empezó con el cubano Yosvany Terry, un saxofonista un poco más joven que él que reside en Nueva York desde hace algún tiempo y a quien conocía de sus días de estudiante en La Habana. Conoció a Mike Rodríguez, un trompetista joven, en la Liberation Music Orchestra de Charlie Haden, y a Matt Brewer, un bajista, mientras este trabajaba con la banda de Greg Osby. Al final del proceso, siguiendo una sugerencia de Brewer, agregó al baterista Marcus Gilmore, a quien nunca había oído tocar. Gilmore tuvo que aprender en tres días una gran cantidad de música muy complicada. Luego vinieron tres semanas de presentaciones en Nueva York y la grabación del álbum.

En el contexto de su carrera, el disco es inusualmente cooperativo. Rubalcaba les pidió a los miembros de la banda que trajeran composiciones nuevas; Terry terminó escribiendo tres de los temas que aparecen en el disco y Brewer uno. Y el quinteto está tan al día como cualquier otro grupo de jazz en el mundo.

Al hablar sobre Brewer y Gilmore, ambos en sus veintitantos años, Rubalcaba no se refirió tanto a lo que están tocando -su técnica o sus ‘licks’ (frases preferidas)-, sino a la amplia gama de estilos musicales que están absorbiendo, lo que están escuchando, de dónde están sacando ideas.

“Ellos forman parte de una nueva generación de músicos que tiene más hambre de otras cosas que no son jazz”, dice. “Y no ven esas cosas como exóticas, sino como cosas serias y profundas”.

El propio Rubalcaba aprendió jazz a pedacitos. Hasta fines de los años 70, a los músicos cubanos se les desalentaba que tocaran jazz, por razones políticas. Y entonces venía el problema de lo que Rubalcaba llama “información”. A mediados de los 80, Rubalcaba solía escuchar un programa de jazz de media hora de duración en la radio cubana, pero la música más reciente que allí tocaban no pasaba de principios de los 60; el disc jockey repetía una y otra vez las pocas grabaciones que tenía, recuerda el pianista.

También tenía las opciones de buscar las pocas grabaciones estadounidenses que habían sido licenciadas a disqueras del bloque comunista, o escuchar los discos de amigos suyos que habían viajado al extranjero.

Keith Jarrett, por ejemplo, no influyó mucho en los músicos cubanos en los años 80, porque era difícil hallar sus grabaciones. Pero Rubalcaba logró oír el álbum ‘Facing You’, en el que Jarrett toca el piano sin acompañamiento, cuando un amigo le trajo una copia de los Estados Unidos. Y en 1983, cuando Rubalcaba se fue de gira con la dinástica Orquesta Aragón, alguien en París le dio una copia de ‘Survivor's Suite’ de Jarrett. Para su sorpresa, seis años más tarde estaría tocando con Charlie Haden y Paul Motian, los músicos que acompañan a Jarrett en esa grabación.

Rubalcaba es un sincretista cultural serio: habla en términos analíticos y filosóficos sobre la combinación de elementos estéticos de Cuba, Estados Unidos y Europa, una mezcla de lo antiguo y lo moderno. “Hemos llegado a un punto en la evolución, no sólo de la música sino del mundo, en el que la gente tiene menos resistencia a mezclarse”, dice. “Es tiempo de estar abiertos y tener ansias de aprender más allá de nuestros propios espacios. Eso no le quita nada a uno, al contrario, lo enriquece”.

Pero desdeña la idea de trabajar de acuerdo con un plan maestro. “Yo trabajo como si lo que estoy haciendo fuese lo último que voy a hacer en mi vida”, dice. “Es mucho mejor que tratar de ver qué será lo próximo”.

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