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Marlon Brando
Por Ernesto Marquéz -
México D.F. Miércoles, 7 de julio del 2004

Apasionado de la
música afroantillana, deambuló desde joven por antros de NY
Marlon Brando, el
señor de las congas
"El descubrimiento de la música cubana estuvo a punto de hacerme perder
la cabeza", confiesa Marlon Brando en el libro autobiográfico Las
canciones que mi madre me enseñó (Grijalbo, 1994), en el cual se le
ve -en una de las fotografías que lo ilustran- perlado en sudor, tocando
los cueros en un cabaret de La Habana.
Esa confesión alude a una de las múltiples facetas un tanto desconocidas del
gran actor. La música y el baile antillano fueron su pasión desde jovencito,
cuando al ser estudiante del Actor's Studio los descubrió en los antros
latinos de Manhattan.
Percusionista aficionado y extraordinario bailador, era asiduo concurrente a
las noches latinas del Palladium. Y aun cuando tenía función de teatro
corría al galerón de la 53 y Broadway a dar rienda suelta a sus emociones.
"Todos los miércoles por la noche había un concurso de mambo en el Palladium
-cita en el libro-, y yo lo esperaba ansiosamente durante toda la semana.
Allí tocaban Tito Puente, Willie Bobo, Tito Rodríguez y las mejores
orquestas afrocubanas."
Corría la década de los años 50 y el Palladium Dance Hall era el sitio más
popular entre la colonia hispana de Nueva York. Su pista de baile
podía albergar mil parejas a la vez, mientras las orquestas tocaban de
manera incesante.
"Nadie que asistiera al Palladium podía pensar en otra cosa que en bailar
-relata Brando-. Aquel ambiente era fabuloso. Daba la impresión de que todos
los puertorriqueños de Nueva York salían a la pista de baile y se quitaban
de encima las frustraciones acumuladas durante la semana, mientras
trabajaban de camareros o empujaban un carrito en la zona de la ciudad
dedicada a la ropa para mujer. La gente movía el cuerpo de forma
inimaginable al ritmo del mambo, el baile más hermoso que había visto
jamás."
Marlon, que de adolescente quiso ser baterista de jazz, anhelaba tocar en
una de aquellas bandas. "Siempre me había sentido estimulado por el ritmo,
incluso por el tic tac del reloj, y los ritmos que ellos tocaban me
resultaban irresistibles. Cada orquesta solía tener dos o tres tambores de
conga, y yo no podía quedarme quieto al oír sus extraordinarias y
complicadas síncopas. Había sido bastante bueno tocando la batería, pero
nunca había tocado la conga. Después de ir al Palladium abandoné la batería
y me compré unos tambores de conga."
En las noches deambulaba por los bares rumberos de Harlem en busca de una
oportunidad para poner en práctica los avances en el instrumento; hubo
ocasiones que llegó a sobornar al director o responsable de la orquesta para
que le permitieran tocar los cueros, ya que ningún tamborero aceptaba dejar
el instrumento en manos de un blanquito.
En su formación de conguero tuvo varios maestros, la mayoría
puertorriqueños, pero al que más recordaba era al rey del timbal,
Tito Puente, "un genio que sabía cómo combinar tiempos y darle sentido a los
tambores para provocar a la gente (...). De él aprendí más que de nadie".
Por eso los enterados dicen que esa parte de la película Los reyes del
mambo en la que Tito permite que César Castillo (Armand Asante)
descargue en las pailas, sucedió en verdad, pero con Marlon atacando los
cueros. Y que la discusión entre un proxeneta y su chica, origen del pleito
que termina con un baleado, fue provocada por el propio Brando.
Por
las mañanas en el Palladium se daban clases de baile con la razón social de
Alma Dance Studios. Brando acudía a ellas con regularidad y muy pronto se
distinguió como alumno. Con el fin de mejorar su arte danzario se inscribió
en los cursos de Catherine Dunham, bailarina negra que había vivido un
tiempo en Cuba y quien, entre otras danzas primitivas, enseñaba la
conga, la rumba, el cha cha chá y el mambo.
"Yo me sentía hipnotizado con todo aquello, aunque cada vez que tenía la
posibilidad de elegir entre tocar los tambores o bailar, prefería tocar."
Una mañana de marzo de 1956 mientras cumplía ciertos compromisos laborales
en la ciudad de Miami, Brando sintió "el imperioso deseo" de bailar rumba
"de verdad" y comprar unos tambores en La Habana. Sin pensarlo dos veces
tomó el primer vuelo a la capital cubana y al llegar al aeropuerto llamó a
su amigo Sungo Carreras, pelotero de grandes ligas y conocedor de sus
aficiones rumberas, para que le ayudara en su cometido.
"Sungo, estoy aquí y tengo ganas de oír música cubana, de la buena.
¿Podríamos ir a los cabarets de la playa o algo así? No quiero ir a los
cabarets elegantes porque no me sentiría cómodo."
Tras pasar Sungo por él al Hotel Packard, donde el actor se había hospedado
con el nombre de Mr. Baker para, según esto, pasar inadvertido, ambos
emprendieron el camino rumbo a los humildes locales de Playa Marianao.
Por ese entonces La Habana era el destino preferido del turismo adinerado
que le gustaba asistir a los casinos y elegantes cabaretes. De tal forma que
los únicos lugares donde realmente se escuchaba la buena música cubana
estaban ubicados en esa parte de la ciudad. El Pompilio, El Ranchito, el
Pennsylvania, La Taberna de Pedro, Los Tres Hermanos, y, por supuesto, La
Choricera (donde destacaba por su estilo y dones timbaleros Silvano Chueg
Echavarría El Chori), eran los espacios que se brindaban ad hoc
al gusto rumbero de Brando.
Durante esa primera noche en La Habana, el actor se desmelenó bailando la
buena rumba y el cha cha chá con las hermosas mulatonas habaneras hasta que,
como era de esperarse, fue descubierto por fotógrafos y reporteros que lo
empezaron a hostigar, al grado de que éste tuvo que emprenderla a puñetazos
contra unos cuantos. La fiesta terminó en huida y sin llegar a cumplir el
deseo de comprar los tambores y descargar con alguna de esas bandas.
Cuentan que a la noche siguiente Brando llegó al Tropicana sólo con la
intención de comprarle las tumbadoras al percusionista de la orquesta de
Armando Romeu y que éste se negó. Entonces Sungo lo llevó a casa de
Constantino Calá, fotógrafo y rumbero aficionado, del quien sabía que era
poseedor de "un par de extraordinarios tambores". Constantino también se
negó, so pretexto de que aquellos tambores tenían aché ya que habían
pertenecido a Chano Pozo, "el más grande".
Ganga: Un par tambadoras
Casi a punto de dejar aquello por la paz Brando fue visitado en su hotel por
alguien que, enterado de que había buena plata de por medio, le ofrecía un
par de tambores "de la misma calidad de los de Chano" por 90 pesos.
"¡Coño, eso es caro!", exclamó Sungo. "Qué va -replicó Brando-, las
tumbadoras son una verdadera ganga. ¡Noventa pesos! Es cara para un cubano,
pero para un estadunidense, siendo auténtica, es muy barata. Yo tengo seis
como estas. I love tumbadoras."
Esa noche, para celebrar, se fueron a ver a El Chori en el Choricera
Club. Allí, el célebre actor pudo hacer realidad uno de sus sueños: tocar
junto al increíble timbalero. Al principio, El Chori puso reparos a
actuar con un no profesional, así fuera el mismísimo Marlon Brando. El actor
le argumentó que él no era ningún improvisado. "Vengo tocando los tambores
desde 15 años atrás", le dijo. El Chori aceptó a regañadientes, ya
que como buen profesional no perdonaba una a la hora de enfrentarse a los
cueros. Grande fue su sorpresa cuando Brando se encaramó a la tarima y dio
toda una demostración del buen hacer tamborero.
Incontenible, espontáneo
Al día siguiente la prensa de sociales destacaba: "La noche de ayer la pasó
el actor estadunidense Marlon Brando bailando y tomando ron en uno de los
humildes cabarets de Playa Marianao, pero lo que más asombró a los ahí
estaban reunidos fue comprobar sus dotes de tamborero". Lo calificó de
"incontenible, espontáneo y salvaje".
Aquella primera estancia de Marlon Brando en La Habana duró tres intensas
noches tras las cuales el actor se volvió a los Estados Unidos con una
resaca increíble, su par de tambores y el enorme deseo de repetir la
aventura.
Antes de marcharse fue entrevistado por la revista local Carteles, a
la que confesó que él había llegado a Cuba por la música, para escucharla de
viva fuente y que regresaría a La Habana porque la ciudad le apasionaba. "A
mí me gusta extraordinariamente La Habana de noche... El mar es muy curioso.
Es como el cielo. Uno puede ver las cosas que quiera imaginar..."
Notas
(1) Tomado del artículo Marlon Brando: el señor de las congas,
publicado por Ernesto Marquéz en “Contraportada”, en el sitio Jornada.unam.mx,
en la Internet.
http://www.jornada.unam.mx/ultimas/
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