CRÓNICAS DE JAZZ DESDE MONTREUX

Del 01-16 de JULIO, 2005

Poster del Festival.

 

 

Por ©Miguel Iriarte

Cedido por su autor.

Colaborador de Herencia Latina.

 

 I

 

Del Río Magdalena al Lago Leman

 

Montar en Jazz, como montar en cólera. Esta ha sido la experiencia de nuestro primer día en el Festival Internacional de Jazz de Montreux, la bellísima ciudad suiza situada a orillas del Lago Leman, que este año llega a su edición No. 39. Una experiencia que se inició con el extravío de las maletas en Madrid, pero que con precisión suiza finalizó en el envío puntual de las mismas al pequeño hotel en el que nos encontrabamos desde el 6 de julio.

 

La sorpresa primera nos la dio la misma noche de nuestro arribo la gran feria artesanal y gastronómica (a propósito del festival) con productos de mas de 70 países del mundo, localizada a lo largo de dos kilómetros de una extensa albarrada que bordea toda la orilla de la ciudad en el lago y en la cual se sitúan todos los escenarios del festival: las oficinas, los hoteles, las salas de concierto, los escenarios al aire libre y gran parte de la extraordinaria complejidad organizativa de este festival considerado por los expertos como uno de los mas importantes y consolidados del mundo, comoquiera que cuenta con el patrocinio de las mas fuertes organizaciones institucionales y comerciales de Europa. Como la Unión de Bancos Suizos, por ejemplo. 

 

El espacio es en realidad un enorme jardín en el que habitan permanentemente las estatuas de Ray Charles, B.B. King, Miles Davies, Freddy Mercury y Wladimir Navokov y alrededor de las cuales giran admirados los turistas y los niños que practican sus lecciones musicales y dejan en el piso el sombrero o el estuche del instrumento a merced de la generosidad de los paseantes.

 

En nuestro primer día del festival, que  fue su séptimo día, y en el que ya pasaron personalidades como Billy Preston, José Feliciano, Arturo Sandoval, Chucho Valdés, B.B. King, Robert Cray, Lee Ritenour, Crosby, Still and Nash y Eliana Elías, entre otros, a ritmo de tres grandes conciertos diarios en la noche, tres más en escenarios abiertos, dos más en barcos que surcan el lago y otros tantos en bares y cafés especialmente concertados para el caso.

 

El Eterno Feliciano, 2 de julio.

 

Metidos entonces de lleno ya en la cosa musical tuvimos la oportunidad de asistir a primera hora de la tarde a una proyección de los archivos del festival para mirar en el hermoso Salón Rotary del Grand Palace Hotel la proyección de uno de los 12 conciertos de Van Morrison en Montreux. Luego, a primera hora de la noche, a la que no llega la oscuridad sino pasadas las 9:00 P.M., el espectáculo fue la presentación de dos ensambles jazzísticos especialmente aventajados procedentes de la Berkeley School of Music, conformados por jóvenes que apenas frisaban los l6 ó 17 anos, si acaso, y cuyas habilidades les permitían visitar con propiedad los predios sagrados de Coltrane, Freddy Hubbard, Pastorio y otros grandes con solos y ensambles de verdad asombrosos que un público conocedor supo agradecer.

 

Eliane Elias, 5 de julio.

 

Blues Explosion, 16 de julio

 

Joe Sample, 6 de julio

Montreux Jazz Festival 2005

 

Rato después, de camino al Casino Barriere donde tendría lugar el concierto de la noche la sorpresa estuvo a cargo de un personaje simpático que sentado a la orilla del lago tocaba un pequeño platillo volador de metal y cantaba melodías  completamente desconocidas para todos los que lo rodeaban. El instrumento resultó ser una cosa llamada Hang fabricado por un hermano suyo con los principios percusivos de las steel band del Caribe, pero reunidas todas las posibilidades en un solo instrumento, y las canciones, las suyas propias. Luego desenfundó una trompeta larga replegable que todavía no había bautizado en la que tocó, puesta la campana a la orilla misma del agua, canciones del folclor danés y piezas de Gerswin y de Brahms para delicia y asombro de músicos y peatones que allí estábamos. El sonido: el de un nostálgico corno ingles perfectamente afinado. Bruno Bieri era su nombre y luego nos reencontramos en el concierto de Bobby MacFerrin para cuyo boleto reunía las monedas con su música.

 

La jornada la cerraba entonces el concierto en el Casino de Montreux, un espacio con todas las de la ley en el que nos esperaban en primer término Fazil Say, un joven turco nacido en Ankara que mezcla a su gusto y placer el pianismo clásico con el jazz y el folk y nos entregó en un despliegue paranormal de posibilidades interpretativas sus propias composiciones, sus (per)versiones de Pagannini, Mozart y Gerswin y sus improvisaciones sobre temas y motivos del folclor turco. Una experiencia excepcional que no puso en riesgo alguno la apertura del concierto. Al contrario, abrió el camino para apreciar a plenitud las excentricidades vocales de Bobby MacFerrin que hizo despliegue de su monstruosa manera de hacer música, nos hizo acompañarle en diferentes temas (al público, digo) y se ayudó de invitados especiales como Fazil Say, Joe Sample y el joven prodigio del banjo Bela Fleck para entregarnos un concierto que el público se negaba a dejar de aplaudir.

 

 

Arturo Sandoval, 3 de julio.

II

 

El Jazz: espíritu y moneda

 

Más cosas de este festival de jazz. Una bien interesante es que toda esa extensa zona de más o menos dos kilómetros en donde hemos dicho que se realiza el festival es una zona de excepción en la que se paga con una única moneda: el jazz. No, no es una metáfora. Las autoridades de la ciudad con el sistema bancario suizo no solamente emitieron en 2004 una serie nueva de billetes de 10 jazz alusivos al festival que son en sí mismos un extraordinario despliegue de diseño y color, sino que en todo aquel entorno especial jazzístico a la orilla del gran lago sólo puede pagarse con estos billetes o con monedas perforadas (como los tokens con que se paga el subway de Nueva York) que llevan este nombre: Jazz. El cambio se hace en unas cajas especiales en donde se paga un jazz con un franco suizo, en efectivo o con tarjetas de crédito.

 

Pero hay más: todo el comercio y las instituciones, incluidos los bancos, clínicas y hospitales de Montreux entran en complicidad con el festival y de esa manera todas sus vitrinas son arregladas para aludir al jazz: pequeñas estatuas de cantantes y músicos, instrumentos musicales, fotografías de músicos de jazz, libros, revistas, afiches, obras de arte, además de pequeños parlantes en las aceras en los que suenan exclusivamente grabaciones de grandes del jazz que han visitado en años anteriores el festival.

 

De esa manera la ciudad entra en estado musical jazzístico y la asistencia a los conciertos y toda la economía que se mueve alrededor del tema, resulta un capítulo especial en la historia social y cultural de esta ciudad famosa desde el siglo XVIII a raíz del célebre poema de Lord Byron “El prisionero de Chillón”, un  pequeño Castillo lleno de historias que aún puede verse a orillas del lago y que es uno de los íconos representativos de la ciudad. Ahora, luego de 39 años consecutivos el festival ha pasado a ser también uno de sus eventos simbólicos más reconocidos y respetados.

 

Hablando de lo estrictamente musical, la cosa empezó por la visita a los archivos del festival para ver un concierto multitudinario del brasilero Gilberto Gil (actual Ministro de Cultura del Brasil), especialmente programado para hacer ambiente al concierto de la noche en el Auditorio Stravinsky a cargo de sus paisanos Jorge Aragao, Beth Carvalho y Zè Pagodinho.

 

Luego el turno fue para uno de los dos conciertos diarios al aire libre de la programación de Jazz bajo las estrellas, y el que elegimos fue el de la Mountlake Terrace Jazz Big Band de Washington conformada por estudiantes jovencísimos llenos de ganas e imperfecciones pero de los que pudimos escuchar con interés piezas ambiciosas de Berstein, Ellington y Basie entre otros  grandes, mientras la gente bajo una fría lluvia celebraba condescendiente el valor, la alegría y algunos solos sobresalientes.

 

Para uno de los tres conciertos de la noche delegué las impresiones a mi compañero y socio Tony Caballero, y lo que dijo al llegar al hotel en la madrugada fue que a las 9:30 P.M., como estaba anunciado el concierto de los brasileros tenía atestado el auditorio de compatriotas llegados desde todas partes de Europa para ponerle fuego a un frenético recorrido por la historia ritmática de la Samba a cargo de Aragao, así como para regocijarse con la veterana sensualidad de la Carvalho, que a sus sesenta años todavía luce su propio repertorio con la propiedad y lozanía de los primeros años de su carrera. Zè Pagodinho, en cambio más excéntrico y ruidoso cerró la noche con una energía del público ya mermada luego de haber entregado toda la atención y fuerzas a las dos estrellas anteriores. Y así fue nuestra segunda jornada musical en Montreux.

 

 

Chucho Valdes, 3 de julio.

III

 

El jazz: una patria para todos

 

 

Las cosas del sábado 9 de Julio, en nuestro tercer día de festival fueron intensas. Luego de visitar como todos estos días la sede periodística del festival y compartir pareceres con otros colegas acerca de los conciertos que cada cual vio la noche anterior, salimos a nuestra cita con los archivos del festival que tiene lugar, como ya dijimos, en un pequeño salón del Grand Palace Hotel, en el que se firmó en 1936 el Tratado de Paz de los Dardanelos. Allí, para un propósito completamente distinto no más de 50 personas nos reunimos cada día para mirar conciertos especiales que han tenido lugar en el festival de otros años. Esta vez el turno era para la banda norteamericana de soul y rythm & blues Earth, Wind and Fire que tanto éxito tuvo en los comienzos de los ochenta.

 

Inmediatamente después pasamos al Pequeño Teatro de ese mismo hotel, una maravilla  neobarroca de comienzos de siglo XX para no más de 200 personas, en donde asistimos a otro de los espacios oficiales del festival denominado Montreux Happy Hours Jazz, en el que se han presentado todos estos días los que se conocen en el ambiente del jazz como los “jóvenes leones”, es decir, grupos conformados por los estudiantes más sobresalientes de las escuelas de jazz europeas procedentes de muy diversos países del mundo. Allí pudimos ver el viernes 9 un interesante concierto de uno de los ensambles de jazz más aventajados de la Escuela de Jazz de Montreux en un formato de piano, bajo, batería, trombón y saxo, para hacer un repertorio completamente  nuevo,  en un caso un tanto extraño para un concierto de jazz:  todos los temas pertenecían  al maestro  francés del saxo George Robert. Mencionaré sus nombres porque estoy seguro que un día serán los jazzìstas que veremos  en las primeras planas de esta música: la bellísima Natalie Zweifel , piano (Alemania), Hakim Boukhit, bass (Kuwait),  Domique Frey, batería (francés), Andrea Esperti, trombón y dirección musical (Italia) y Lionel Perriujaquet , saxo alto (Suizo). La exigencia de unas composiciones enmarcadas en las  líneas conceptuales del jazz moderno permitió  el lucimiento de un grupo del que se descuenta la responsabilidad, el conocimiento y las ganas de hacerlo bien. La estrella indudable del grupo: un trombonista que se nota  que ha estudiado el lenguaje de los grandes y que nos dejó la impresión de estar ante una verdadera revelación del instrumento.

 

Ayer sábado en ese mismo espacio lo que presenciamos no fue menos que lo comentado arriba. Se trataba de What’s up un grupo también destacado de la Escuela de Jazz de Ginebra bajo la dirección musical del guitarrista Olivier Graditzky (Suiza) y rodeado de otros jóvenes como Sebastián Amman, piano (Francia), Manuel Vilar, bajo (Brasil) y el colombiano Hernando Ibáñez en la batería, para agradable sorpresa nuestra. Con temas del pianista judío Richie Beirach, del propio Graditzky y de otros compositores modernos estos jóvenes nos dieron la satisfacción de ver parte de lo que el futuro guarda para la que el gran Igor Stravinsky calificó como la única gran Música que el siglo XX dejaría a la posteridad: el jazz. Sobresalientes el guitarrista, el bajista y ese colombiano que vive y estudia desde hace cinco anos en Ginebra, hábil con las baquetas, las escobillas y los dedos y con ese talento preciso y discreto que deben tener todos los buenos bateristas. La nota chévere la daba en el público otro joven que se abanicaba con un sombrero vueltiao y que resultó ser Carlos, sonidista de cine y orgulloso hermano mayor del guitarrista colombiano.

 

¿Y de los conciertos principales qué? Pues como cada noche a partir de las 9:30 P.M. los conciertos de fondo empezaron a sonar. En el Miles Davies Hall estaban Gilles Peterson y la Heritage Jazz Orchestra; en el Casino Barriere Michel Jonasz y el guitarrista Antal Pusztai; y en Auditorio Stravinsky las divas brasileras Daniela Mercury, Ivete Sangalo y Margareth Menezes, concitadas para llevar a cabo lo que estaba programado como Una noche bahiana. Nosotros, que tuvimos la oportunidad de elegir dos meses antes los conciertos que veríamos para ser debidamente acreditados por el festival, estábamos en el balcón del teatro esperando que todo comenzara. Los tizones estaban puestos entonces para llevar hasta la ebullición la fría noche de Montreux. Afuera todo el mundo era brasilero de todos los pelambres y lo demostraba bailando, hablando a gritos y usando la camiseta de brasil y la bandera nacional como brasier, como pañoleta, como camisa, como bufanda, y mezclados sexualmente con gringos, con franceses, con suizos, con daneses, con árabes, chinos e hindúes, como si nada.

 

De la platea fueron removidas cada una de las 3.000 butacas y los que no quisimos bailar nos fuimos a una de los 1.000 asientos del balcón. Y, señores, estoy seguro que Stravinsky jamás pensó que algo que llevara su nombre iba a ser zangoloteado de esa manera (bueno, al teatro parisino en el que se estrenó en 1911 La Consagración de la Primavera le fue peor, si recordamos  bien). Daniela Mercury abrió la noche con un espectáculo de una altísima intensidad y aquella energía no declinó ni uno solo de los más de 60 minutos que duró su presentación en el que bailó sin parar y engarzó sin intervalos más de diez largos temas acompañada por una banda que le aseguraba el sostén de su endemoniado tren de canto y baile, mientras en la inmensa pista libre de la platea brincaban sueltos y amacizados más de 4.000 brasileros, incluidos en ellos los de todas las otras nacionalidades. Y todos parecían conocer todas las canciones a juzgar por las respuestas oportunas cada vez que la Mercury lo solicitaba.

 

Luego de 20 minutos de descanso entró la otra bomba bahiana: Ivete Sangalo, una figura de menos trayectoria que sus otras dos parteners de la noche, distancia que ella manejó con discreción y humildad dejándolo claro a menudo en su presentación, pero haciendo lo suyo con gran profesionalismo y esfuerzo, a pesar de tener su pie izquierdo forrado en una bota de yeso, misma que no le impidió bailar y correr por todo el escenario acompañada también de un grupo de baile y de una banda de grandes arrestos musicales y escénicos. Su show se alargó por otra hora larga en la que matizó el frenesí incansable con el que abrió su parte, y con el que le tocaba mantener las energías que había encendido su antecesora, con temas de transito lento y cadencioso que sirvió para darle a la noche un toque romántico, antes de que ella misma invitara a la Mercury y a la Menezes para rendirles homenaje de admiración. Y con eso terminó todo.

 

Eran las tres de la mañana y a esa ahora el anunciador oficial nos decía que el show de Margareth Menezes, el que en realidad era el plato fuerte de la noche, sería trasladado al Montreux Café, pero a esa ahora todos estaban cansados y borrachos y allí otra banda brasilera parecía no terminar jamás. Una  lástima. La extensión desmedida de los shows anteriores y el desgaste de las energías del público  nos frustró la posibilidad de completar con la Menezes una de las noches más memorables de lo ocurrido hasta ahora en el festival. Eran las 4:00 A.M. y a esa hora Tony Caballero y yo dejamos las cosas de ese tamaño. Mal hecho, porque parece que la cosa estuvo prendida hasta pasadas las 6:00 A.M.

 

 

Montreux Jazz Festival 2005: Brian Wilson, Julio 10, 2005,

Auditorium Stravinski - © Jack - fusions.ch

 

El desaparecido Ibrahim Ferrer en el Montreux JazzFest

IV

 

Ibrahim Ferrer y el Bolero revisited

 

El domingo, como era de esperarse, desaparecidas ya las hordas brasileras de Montreux, a pesar de que aún quedaba el concierto de los nuevos sonidos de Brasil con Cibelle, Seu George y Tom Zè, el día perfectamente soleado se llenó de gentes de todas partes que decidieron comprar, pasear, comer y escuchar música en los diferentes espacios de este festival.

 

Nosotros abrimos el día con una caminata de cinco kilómetros desde nuestro hotel hasta las puertas del legendario Castillo Chillón. El recorrido es un interminable jardín que bordea el lago entre chalets, mansiones, bellos hoteles y viñedos, interrumpidos por corrientes de ríos transparentes que llevan sus aguas al Leman. Y además de eso tengo la suerte de comprar por 5 Francos en un quiosco de libros de segunda El testamento de Dios, de Bernard Henry Levy.

 

Luego de ir a la Sala de Prensa del festival para escribir y enviar nuestra crónica del día, salgo al Grand Palace Hotel para ver en las sesiones de los Archivos del festival un estupendo concierto de Natalie Col en  2003 y enseguida paso a disfrutar uno de los eventos más interesantes de este festival: la semifinal del Concurso Internacional de Solistas de Piano que tenía como participantes a seis jóvenes que tocarían en un pequeño teatro lleno y frente a un jurado conformado por Joe Sample, pianista de Crusaders, quien lo presidía, George Duke, el gran compositor y tecladista norteamericano, el pianista Roby Weber, Kurt Weil, editor de revistas y productor de radio y Jean Claude Reber, director del Conservatorio de Música de Montreux.

 

La atmósfera tensa y ceremonial que imprime el lujoso teatro y la ocasión fue rota bruscamente por Sample quien aconsejó a los concursantes no darle demasiada importancia a un jurado de mierda y a unas personas que estaban allí con la morbosidad de ver lo que pasaba. Y dicho esto, que todos celebraron con risas y aplausos, salió a escena el joven australiano Matt Baker que lució aventajado pero nervioso y errático en algunos pasajes del tema obligatorio Giant Steps de Coltrane cuya aproximación conceptual y novedosa merecía mejor suerte.

 

Siguió el norteamericano Adam Birnbaum con una hoja de vida realmente admirable como compositor e intérprete de música clásica y jazz además de varios premios obtenidos en su país y en el extranjero. Abrió con una personalísima versión del clásico St. Louis Blues de W.C. Handy y el efecto de su pianismo vigoroso y correcto y un swing virtuoso empezó a causar sus efectos en la sala y en la cabeza de los jurados que se mecían con perceptible asentimiento. Su Giant Steps, sencillamente asombroso cerró su presentación.

 

El tercer turno fue para el búlgaro Dimitar Bodurov que nos entregó un blues de Ellington magníficamente interpretado, una pieza propia y su Giant Steps lleno de recursos claramente inscritos en el pianismo clásico de la escuela de su país. Notable pero un poco frío. Vino luego el hijo del gran guitarrista brasilero Baden Powel, cofundador de la bossa nova, el joven Philippe Baden Powel de Aquino quien de una manera personal interpretó a Coltrane, una pieza dedicada a su novia, bella pero demasiado liviana para la ocasión, y un Giant Steps sin mayores sorpresas pese a un lenguaje sensiblemente propio.

 

Nial Djuliarso de Indonesia no se presentó por un inconveniente de salud de última hora y le tocó cerrar el examen a un genio polaco de 21 anos que tocó dos piezas de su autoría mucho más cercanas a lo clásico que al jazz pero de una manera tan destacada que es indiscutible el estudio y la entrega que seguramente ha invertido este joven para llegar al conocimiento y la propiedad de su desempeño. Su Giant Steps estuvo cruzado de fórmulas técnicas clásicas y del mejor jazz que es posible aprender, con el que jugó a placer no sólo con el tema obligatorio de Coltrane sino con el otro tema propuesto: el endiablado Donna Lee de Charlie Parker. Hoy tendrá lugar la segunda semifinal con otros seis pianistas. Miremos qué pasa.

 

De ahí corrimos al Auditorio Stravinsky al concierto de la noche para ver al gran Ibrahim Ferrer y la super banda que lo acompaña bajo la dirección del trombonista Demetrio Muñiz, el pianista Roberto Fonseca y la presencia de Cachaìto, Mirabal, Aguaje, Javier Zalva, Inadia, la hija de Amadito Valdez (preciosa y sensual) y un cuarteto de cuerdas. La sala llena hasta los topes esta vez con sus 4.000 personas sentadas para disfrutar con ganas demostradas  un concierto soberbio que arrancó largos aplausos no sólo para los solos geniales de Fonseca, Zalva, Mirabal o Cachaìto, sino para la experiencia total que representaba el espectáculo de un bolero revisitado en virtud de nuevos arreglos y ejemplares interpretaciones, sino a la gracia extraordinaria y a la veteranía de Ferrer que sabe manejar a la perfección los desajustes naturales de una voz y una humanidad de 79 anos. Gran concierto este del Buenavista Social Club que el auditorio entero celebró a rabiar y obligó a la banda a regresar para entregar dos temas más.

 

Todavía me queda voz, Solamente una vez, Dos almas, Triste alegría, Quiéreme mucho, Copla Guajira, Si tu supieras, Mi música cubana, y los encores Dos gardenias y El cuarto de Lola, fueron los temas de un concierto que marcó la décima noche del festival y el corazón de los amantes de la buena música, y puso las cosas especialmente difíciles para el público y para Brian Wilson el artista que continuaría en escena.

 

Y así fue. Luego de un concierto como el que acabamos de describir, con solos y ensambles llenos de talento y buena música es casi imposible recibir de buen agrado a una banda con más instrumentos que talento. Cinco teclados, dos sets de percusión un bajo y tres guitarras, saxo, trompeta y trompa, y todo eso para no regalarnos un solo que valiera la pena musicalmente? Es inaceptable. Para no decir que el problema es también de calidad musical. Pero lo diré de este modo: los boleros de Ibrahim tienen más de cien años y están intactos y han sido vestidos con solos y soluciones jazzísticas. Los temas de Wilson y los de los Beach Boys no llegan a los cuarenta años y han sido ofrecidos con más sofisticación en el ruido que con talento musical.  Con el perdón de los nostálgicos de esa época.

 

 

Diana Reeves. Julio 11

V

 

Montreux: su historia, el piano y una noche con Diana Reeves

 

La jornada de ayer lunes estuvo concentrada  primero en la historia de la ciudad: un largo paseo por sus calles, que es fundamentalmente un paseo por su arquitectura y su paisaje urbano y humano en el que están perfectamente armonizados pasado y presente, completamente diferente de cualquiera de nuestros referentes más cercanos, y luego una visita al Museo de Montreux, un pequeño museo que tiene como sede una vieja casona medieval de espacios incómodos donde en pequeñas salas se organizan los documentos y objetos que tienen que ver con diversos aspectos de la ciudad: vestigios de mosaicos romanos encontrados en territorios aledaños, antiquísimas biblias, el museo de la tradición textil de Montreux con una fantástica colección de dedales, tejidos e instrumentos; la historia del manejo del agua en la ciudad, memorabilia de la vida cotidiana, arboles genealógicos de familias fundadoras, la historia de la carpintería, y regada ingeniosamente por distintos rincones, una exposición sobre la vida y obra del gran pintor expresionista Oscar Kokoschka, huésped por largos años de la ciudad.

 

Llegamos justo a tiempo para ver nuestra sesión de archivos del festival que esta vez nos ofrecía el concierto del celebrado grupo de rock Radio Heads, pero del que solo pudimos apreciar con esfuerzo   sólo una parte, por razones musicales y por inconvenientes de sonido. Pasamos al parque en el que están las esculturas de Ray Charles, B.B. King y Nabokov para apreciar una muestra de la cultura marroquí allí emplazada, que incluía delicias de su cocina, literatura, afiches y videos, y una muestra de música tradicional en vivo con temas que parecían tener a veces el ritmo de aquellas memorables guarachas de Aníbal Velásquez. Como aquellas bandas de la India que tocan también algo parecido a nuestros fandangos sinuanos. Vainas de las civilizaciones.

 

Y llegó la hora de la segunda sesión de las semifinales del Concurso Internacional de Piano. Esta vez la expectativa para nosotros era distinta porque dos concursantes cubanos se enfrentarían a similares de Japón, Italia, USA y Rusia, y desde luego tendrían toda nuestra atención.

 

Nial Djuliarso de Indonesia que no pudo presentarse en su momento abrió la sesión  e hizo alarde de su pianismo inscrito en la corriente principal, a veces demasiado cercano a Oscar Peterson; le siguió el norteamericano Max Haymer con gran despliegue de técnica y buen gusto, pero con reconocibles ecos y resonancias de Bill Evans; y llegó el primero de los cubanos, Harold López Nussa, hijo Ruy López Nussa, baterista que estuvo hace tres años en Barranquijazz, y sobrino del gran pianista de jazz, Hernán, que estará este año en nuestro festival, y el muchacho realizó una presentación extraordinaria que produjo asombro y complacencia en el público con un pianismo que sacaba a cada rato a pasear su cubanía por los predios del jazz en grande.

 

El turno fue para el italiano Vittorio Meza que a mi juicio hizo una de las presentaciones más interesantes de toda la semifinal. Con un estilo abiertamente opuesto a los modelos previsibles tocó temas de Mingus, de él mismo y el obligado de Coltrane de una manera meritoriamente inscrita en una atmósfera del pianismo del free jazz, específicamente de Cecil Taylor, cosa nada fácil, lo que le daba un toque interesante de cerebralidad y emoción al mismo tiempo para un resultado original e inteligente. El japonés, por su parte, abrió con un tema personal sin interés ni sorpresa e interpretó un Blue Monk y un Giant Steps que no le aportaron nada a la tarde.

 

Le tocó el turno al otro cubano, Alfredo Rodríguez, hijo del presentador y animador cubano del mismo nombre, y también hizo de las suyas. Tocó dos temas de su autoría ciertamente notables, llenos de temperamento, estudio, técnica y raíces cubanas, y un Giant Steps que arrancó aplausos decididos en el público. Los nuestros lo habían hecho bien, pensamos.

 

El cierre estuvo a cargo de un joven ruso que más parecía un antiguo capitán de la KJB que un pianista inocente, y puso a temblar a todos con un despliegue de técnica y conocimiento, y estado físico, dada la ingente cantidad de notas por segundo que salían de aquel grand piano Stenway rojo que tenía al lado una pancarta institucional con su slogan intimidante que decía: Pasión por la perfección.

 

No esperamos el veredicto del jurado que debía elegir a cuatro de doce para la final de hoy, pero en el intermedio del concierto de la noche en el Casino nos enteramos por boca de López Nussa que él había sido uno de los ganadores. Los otros tres eran el hijo de Baden Powel, el norteamericano Haymer y el indonesio Djuliarso. Ya les contaré que pasa en la final que es esta tarde.      

 

Y bueno, hablemos entonces del gran concierto central del día: Diana Reeves la gran cantante norteamericana que tiene en su haber tres Grammies consecutivos en  2001, 02 y 03 y es sin duda alguna lo que una cantante de jazz tiene que ser. Lo extraordinario de sus interpretaciones que conocemos en sus discos es solo una muestra pálida de lo que en vivo esta hermosa mujer negra es capaz de hacer con su voz, con su sentido jazzístico improvisativo lleno de inteligencia, humor y sabiduría solística. Acompañada de un trío realmente notable la Reeves hizo una presentación  memorable en el Casino de Montreux.

 

El Segundo plato de la noche era nada menos que George Duke uno de los responsables del sonido jazz rock de los años setenta con colaboraciones que incluyen a Miles Davies, Sonny Rollins y Frank Zappa, entre muchos otros. Al frente de un grupo de gran calidad abrió con un par de temas funky pesados que le cambiaron de inmediato el destino a la noche luego de la deliciosa presentación de Diana Reeves. Enseguida empezaron a salirse del concierto los primeros asistentes. Menos mal que al tercer tema pasó al piano acústico y hablando y recordando y comentando cosas con el público hizo un largo recorrido por distintos momentos de su historia personal y del jazz de siempre y cantando a dúo con una cantante negra de poco buen ver pero con una voz fabulosa, haciendo solos estupendos, igual que sus acompañantes, enderezaron las cosas para todos. Sin embargo, la gente seguía saliendo. Hasta cuando se le ocurrió invitar a Diana Reeves a escena para realizar dos temas que volvieron la calidez a la sala y el sentido al concierto. Luego de eso, yo también salí para evitar más riesgos. Acababa de salir de una experiencia musicalmente peligrosa. 

 

Lisa Stanfield. 12 de julio

 

VI

 

De nuevos pianistas y de Lisa Stanfield

 

Además de todas las bondades de Montreux y de su  festival contadas en estas breves crónicas, hay que decir también que así como el poema de Byron sacó del anonimato a la ciudad desde el siglo XVIII, es el festival de jazz el que la ha mantenido en la palestra pública de los más grandes eventos artísticos europeos de cada año, pero que fuera de la novedad y agitación del festival es una ciudad aburrida el resto del tiempo, especialmente en los inviernos, aunque no inhóspita, ya que aún en los más crueles temperaturas de Europa ella se distingue por mantener una especie de microclima que le permite una mayor calidad de vida, además de los altos estándares que le garantiza una moneda fuerte frente al dollar y frente al euro. Eso sí, costosa como toda Europa hoy.

 

Nos vuelve a llamar la atención la gran tolerancia racial que campea en todos sus espacios públicos y privados estimulada tal vez por un turismo cada vez más fuerte, pero que va más allá de esa circunstancia coyuntural según hemos podido indagar entre algunas personas establecidas permanentemente en Montreux.

 

Por otra parte, la jornada de ayer fue particularmente rica en calidad musical. Como todos estos días salí de la sala de prensa a las 4:00 P.M. para asistir a una proyección fílmica excepcional de los archivos del festival que esta vez nos ofreció el concierto de Supertramps en 1997, uno de los grupos musicalmente más afortunados del pop contemporáneo, en un concierto  considerado por los organizadores como de los míticos en la larga historia del festival. Este es el primer año en que se realizan estas proyecciones  que cuentan con el patrocinio de una de las transnacionales más poderosas de la imagen y el sonido, así que las condiciones en ese sentido son inmejorables. 

 

Pasamos de inmediato a la Gran Final de la Jazz Piano Competition y allí fuimos testigos de una velada muy gratificante. Como habíamos dicho, los finalistas eran Cuba, Indonesia, USA y Brasil. La sala llena, las condiciones las mismas de la semifinal: tres temas: uno de libre elección, en el que cada cual interpretó una composición propia, un blues, y una escogencia entre Memories of tomorrow, de Keith Jarret y Whisper Note, de Benny Golson.

 

Y el primer turno fue para Philippe Baden Powel que mejoró notablemente su presentación de la semifinal haciendo una interesante interpretación del tema de Jarret y una interpretación similar en su segundo y tercer tema, dejando para todos la impresión de una manera muy personal de entender y de expresar su personal proceso musical. Le siguió Nial Djuliarso que volvió a dejar en claro que conoce muy bien la historia del piano de jazz, que Oscar Peterson suena bien en sus manos, que es capaz de componer muy solventemente y que es un intérprete que ocupará pronto importantes sitiales en el campo del jazz.

 

El norteamericano Max Haymar, por su parte, que se sabe con un gran poder en el teclado y con conocimiento de la técnica, hizo demasiado alarde de esa fuerza, no porque la música la necesitara sino por un inocultable exceso de confianza. Le hicieron falta matices y sutilezas. Su propia composición era un falso latin jazz aunque su versión del tema de Golson fue maravillosa.

 

Y cerró Harold López Nussa, quien no dejó dudas acerca de su tremenda capacidad de creación en el piano no sólo para lo propio sino para reinventar a otros autores. A diferencia de todos los otros competidores de la semifinal y de la final, este cubano no ha tenido estudios especializados de jazz, ni profesores dedicados en exclusiva. Sus estudios han sido de piano clásico en el ISA y su experiencia en el jazz la que le han permitido su casa y su país. Lo suyo es sin duda un caso de talento extraordinario. Por eso fue seguramente premiado con el Primer Premio del Jurado y con el Primer Premio del Público. Un triunfo de verdad muy meritorio.

 

El Segundo premio fue para el norteamericano y el tercero compartido entre Baden Powel y Nial Diuliarso. Un fallo más justo hubiera dado al indonesio el Segundo lugar, el tercero a Powel y el cuarto a Haymar.

 

Luego de eso, y corriendo con la emoción del triunfo cubano, entramos al Casino Barriere donde ya había terminado la primera parte del concierto de la noche encargado a la joven Polaca Ana Serafansky, ganadora en 2004 del Concurso Internacional de  Jazz  Vocal; pero nos dejaba intacta el resto de la noche para el impresionantemente bello concierto de la inglesa Lisa Stanfield. Rodeada de músicos de primer orden esta maravilla de mujer hizo un pop jazzeado del mejor gusto con su propio repertorio y con una que otra visita (dos para ser exactos) al repertorio clásico del jazz. Su talento escénico y vocal fueron parte fundamental del éxito del concierto, pero sus dos voces negras del coro, el extraordinario saxofonista, la maestría del bajista, los solos de trompeta y sus teclados pusieron lo que hacia falta para ejecutar un repertorio de primera en su equilibrio y sus arreglos. Una de las mejores noches del festival.

 

 

McCoy Tyner.

 

VII

 

Guitarras, voces y la mano dios de McCoy Tyner

 

El festival ya ha entrado en la recta final y nuestro viaje también. Hacen falta  solamente dos días para que todo termine pero el ambiente sigue tan vivo como el primer día. Sólo algunos miembros de los 1.500 que conforman el staff del festival acusan visiblemente los estragos del trabajo. Las asistencias a los diferentes eventos mantienen su volumen de público, pero nosotros hemos empezado ya los preparativos necesarios del viaje de regreso.

 

Para demostrar la intensidad de las cosas les contaré lo que pasó el miércoles 13 de julio Ese día desistí de ir a ver el concebido concierto de la memoria del festival que presentaba esta vez a un memorable Eric Clapton acompañado de una tropa legendaria, para irme a las presentaciones de las finales de los concursos de jazz vocal y de guitarra, que se han estado realizando en un sitio lujoso repleto de piezas de una importante colección de arte expresionista europeo. Se trata del Petite Palais un agregado que se hizo al Hotel Gran Palace de Montreux justamente enfrente del edificio principal y en el que funciona habitualmente otro restaurante y varios salones de eventos.

 

Allí, en un amplio y aireado recinto vimos la presentación de los cuatro finalistas del Concurso de Guitarra de Jazz patrocinado por la marca Gibson, en el que estaban participando John Moriarty, de Irlanda; Diego Ribeiro Figueredo, de Brasil; Bjorn Vidar Solli, de Noruega; y Gilad Hekselman, de Israel.  El primero en entrar en el terreno de la final fue el brasilero quien haciendo gala de la respetable tradición guitarrística de su país tanto en lo clásico, como en el jazz y en lo popular, hizo una presentación por fuera de lo previsible, en un código diferente al del lenguaje de la guitarra de jazz moderna en el que tocaron sus tres compañeros de competición. Pero como le comenté al oído a su compatriota Baden Powel, a él no lo entendería un jurado conformado por los guitarristas Al D’Meola, Jeff Lee Johnson y Vinz Vonlanthen, entre otros, a pesar del mérito adicional de haber sido el único de los finalistas que no requirió acompañamiento del grupo base, y como el mismo me dijo después, no es lo mismo tocar solo que acompañado.

 

Le siguió en el turno el judío Hekselman quien mostró una gran preparación y experiencia en un repertorio compuesto por los temas The spring is here, Ornithologic y Prelude to a kiss, para una presentación destacada sin duda; vino entonces Moriarty quien conocedor del código comentado hizo una presentación también notable pero sin la expresión y la comunicación de los anteriores. El cierre fue del noruego, quien dominador extraordinario de la técnica y del lenguaje hizo temas de Rollins, Coltrane y uno propio, de una manera tal que debió ganar. Pero no fue así. El jurado dio el Primer Premio a Hekselman, el segundo al noruego, quien también recibió el Premio del Público, el tercer Premio a Ribeiro y el cuarto lugar, sin premio, a Moriarty.

 

Llegaron entonces las cuatro cantantes finalistas del Shure Montreux Jazz Voice Competition representadas en Ester Andùjar, de España; Alice Ricciardi, de Italia; Karlie Bruce, de Australia; y Nikoletta Szoke, de Hungría. La Española con mas buena voluntad que talento entregó una presentación fría y desgarbada que le dieron el cuarto lugar sin premio, mientras que Karlie Bruce, con una bella voz y unas maneras interpretativas suaves, nos recordó a las muchas cantantes de jazz blancas de las grandes bandas del swing, pero como aquellas, sin el talento y la capacidad para el canto scat y la improvisación, lo que seguramente influyó para su tercer lugar pese a una agradable performance.

 

La presentación de la italiana Ricciardi, por su parte, más osada y picante, ofreció buena voz e interesantes improvisaciones pero, como diríamos en Barranquilla, le faltaron cinco centavos para el peso. En cambio, la que no tenía currículo, la que no había ganado premios, la que no tenía su propio grupo, la que no había cantado con esta o aquella orquesta ni había hecho giras en su país o por el mundo, la gitana Nikoletta, que sólo tenía como presentación la autoconfesión de que toda su familia está ligada a la música, la que estudiaba Comercio Exterior y dejó la academia por la música, la que sólo ha estudiado 4 años de jazz y apenas ahora empieza sus lecciones de canto clásico, hizo una presentación destacada que le valió el Primer Premio del Jurado y el primer Premio del Público. Así son las cosas.

 

Pero seguramente un jurado compuesto por las divas Bárbara Hendricks, Randy Crawford (quien algún día me contará la historia del episodio del collar en Perugia) y por la profesora Muriel Dubuis, seguramente vieron en la húngara lo que muchos también vimos: perfecta afinación, encanto, dominio de los temas, improvisación y buen ensamble con sus acompañantes, que eran los mismos de los guitarristas: los miembros del estupendo cuarteto del joven saxofonista sueco Magnus Lindgren.

 

Luego de un mínimo descanso mirando por ahí otras cosas del festival, llegamos al auditorio del Casino Barrier donde nos esperaba el concierto de uno de los íconos indiscutibles del jazz contemporáneo: McCoy Tyner, el pianista de legendarias producciones de Coltrane que no regresaba a Montreux desde su primera presentación en 1973. Ahora estaba de aquí de Nuevo acompañado precisamente de Ravi Coltrane, de Gary Bartz, Eric Kamau y Charles Moffett.

 

Pero antes de la presentación de Tyner debíamos escuchar al cuarteto de Lindgren. Debíamos no. Hubiéramos podido salirnos de la sala, o no entrar, pero las referencias de años anteriores y lo que le vimos hacer acompañando a los guitarristas y cantantes del concurso nos animaron a prestar atención a un cuarteto digno del prestigio que tiene en Europa y que nos regaló interpretaciones realmente interesantes. Lindgren tiene un estupendo sonido y capacidades en los saxos tenor, alto, soprano y clarinete, instrumento éste ultimo en el que, en diálogo con el piano, nos entregó un asombroso pasillo muy a la manera de Paquito D’Rivera, aparte de los bellos temas de su autoría acompañado por bajo, piano y batería a la altura de su propio talento.  

 

De regreso del intermedio vimos entrar en escena a un Tyner viejo y cansado que poco a poco empezó a rejuvenecer a medida que el concierto transcurría en medio de su pianismo inconfundible de fuertes golpes rítmicos al piano con su izquierda sagrada y una derecha que fue ganando calor con los trinos del teclado. Bartz y Coltrane nos entregaban solos de una impresionante fuerza y belleza y Moffette con una capacidad que no puede sino ser calificada de genial acompañaba y soleaba a plenitud en todos los temas.

 

Abrieron con Sauce, seguido de un tema extraordinario titulado Manalayuca para lucimiento del baterista y de todos, luego un tema solo al piano, otras temas más que iban subiendo el concierto en intensidad, siguió Moment Notice y el cierre anunciado con Blues on the corner, que no fue el final porque el público reclamó al cuarteto a escena para despedirse con dos temas que le dieron media hora más al concierto para redondear una velada memorable sin atenuantes.

 

Montreux Jazz Festival a la izquierda, The Marcus Miller Band y a la derecha la cantante de la Banda Incognito, Julio 14.

 Auditorium Stravinski. © Jack - fusions.ch

 

 

VIII

 

Una conversación frente al lago, verano y frustración

 

 

No puedo decir que la jornada de ayer haya sido particularmente productiva. Por lo menos no como lo han sido las de días anteriores. La obligada caminata matutina al borde del lago y algo de lectura para no perder el ritmo fueron los primeros oficios del día. Leyendo estaba precisamente en el paseo del lago cuando vi pasar al joven pianista y compositor brasilero Baden Powel Jr., con quien he estado conversando sobre distintos aspectos de la experiencia musical en general cada vez que nos encontramos en los concursos, en las clínicas musicales, el los conciertos o caminando por las calles de Montreux, y con quien ya habíamos quedado en hacer una entrevista. Y la hicimos allí mismo sentados a la sombra de tres pinos centenarios. Conversamos desde las 12 M hasta las 3:30 P.M. en un diálogo que tocó muchos temas relacionados con la historia personal de su padre, su familia, la cultura brasilera, y sobre sus preocupaciones vitales y artísticas.  Entrevista que haré pública en tanto esté debidamente procesada.

 

No asistí a ver el concierto de Ray Charles en las estupendas proyecciones de los archivos del festival pero me fui al escenario del Jazz bajo las estrellas (que en este verano es el jazz en la mitad del sol) en este caso en La Rouvenaz, una concha acústica permanente rodeada de bancas y parasoles, en el que pudimos ver algo de la presentación de la Big Band de la Universidad de Dakota del Norte, USA, de la que unos pobres muchachos rubicundos sobrevivían con dignidad a un sol canicular de las 4 de la tarde haciendo el exigente repertorio clásico de las big bands americanas con alguna que otra novedad entreverada pero dejando claro que es en esas bandas donde muchas veces se forjan algunos de los músicos de jazz más sobresalientes, como lo comprueba la historia y a juzgar por destacados solos y ensambles que una deshidratada multitud festejaba después de cada tema. 

 

A las 9:00 P.M. , luego de un breve descanso en el hotel llegó la hora del concierto de la noche ya elegido, esta vez nos ofrecía una prometedora presentación del gran  guitarrista Al D’Meola que se anunciaba acampanado (o acompañante) de la estrella rusa del pop Leonid Agutin con quien acaba de lanzar el disco Cosmopolitan Life. El telonero de ese concierto era el quinteto del joven trompetista Christoph Siegrist ganador en el 2004 de las competiciones del Jazz bajo las estrellas. Pues, el quinteto con un formato desafiante de piano, batería, bajo, trompeta y trombón hizo una decepcionante presentación a causa de la espantosa timidez de su líder Siegrist quien lucía casi aterrorizado frente a un público que en cambio fue en extremo generoso con los artistas. Siegrist y su trombonista desaprovecharon el magnífico respaldo y soporte rítmico, especialmente del bajo y la batería, aunque el pianista también estuvo en capacidad de responder. Siegrist inundó de saliva su instrumento, se olvidaba de evacuarlo, y su sonido, que no es bueno aunque tiene buenas ideas, era sucio y lamentable, en un registro medio en el que por fuerza un  trompetista tiene que ser particularmente impecable. La música elegida era interesante pero definitivamente no tuvieron una buena noche. Eso sucede.

 

Al Di Meola. 14 de julio

 

Pero más decepcionante fue la presentación de D’Meola. Y particularmente lo lamenté porque en algún momento, especialmente en los años ochenta, fui un gran admirador y degustador de su guitarra que en ese momento era definitivamente nueva. Algunos de sus discos de esos años son joyas de una guitarra en función de fusiones interesantes en unión de Chic Corea, Paco de Lucía y John MacLaughlin, por ejemplo. Pero anoche estuvo ruidoso, sobre modulado y aplicado a un repertorio más lleno de arreglos efectistas y tonterías miamenses, y sin ángel alguno en la guitarra. Maltrató dos temas del gran Piazzolla, hizo uno que otro chiste flojo, y el cantante ruso anunciado con bombos y platillos nunca apareció. De su concierto solamente salvo la presentación de un excéntrico percusionista de Nueva York llamado Gumbo Ortiz quien hizo una extraordinaria demostración de dominio de sus numerosos recursos instrumentales para darle a la noche algún atisbo de espectacularidad. Pero su aporte no alcanzó para salvar la velada de D’Meola, pese a que la sala, que estaba llena, estuvo en diferentes momentos de pie escuchándole y aplaudiéndole con notoria condescendencia por ser tal vez uno de los artistas más frecuentemente invitados en los 39 años del festival.  

 

Casandra Wilson 14 de julio

 

 

IX

 

Reinventando el jazz en el rincón de Cassandra

                                  

Hoy sábado 16 de Julio es el día del cierre del 39 Festival Internacional de Jazz de Montreux. Esta noche estaremos en el Auditorio Stravinsky, en donde tendrá lugar una gala de final de festival que tendrá como atracción principal el concierto del maestro Oscar Peterson. En realidad  nos gustaría estar en el Casino donde la orquesta de Ray Barreto asegura una estupenda noche, y porque el telonero de ese concierto será Harold López Nussa, el joven cubano ganador del concurso internacional de piano de este año, con quien tenemos además una entrevista pendiente.

 

Ayer volvimos al recorrido habitual por los diferentes eventos a los que hemos sido asiduos en todos estos diez días, e iniciamos con la proyección de un maravilloso concierto del grupo de rock irlandés Simply Red en 2003, que algunos especialistas asistentes al festival consideran como uno de los hechos memorables de los últimos años, con dos salidas al escenario y un largo encore que tuvo que ser suspendido por el animador principal y presidente del festival Claude Nobs.  Luego pasamos al Petite Thêatre  para presenciar el concierto del happy hours instituido, a cargo del grupo del Taller de Música Latina de la Escuela de Jazz de Montreux, un septeto conformado por saxo, trompeta, trombón, piano, bajo, batería y congas que hizo algunos temas de Chucho Valdés, Carlos Alfonso, Michael Mossman y composiciones propias del saxofonista y del pianista del grupo, mezclando latin jazz y salsa, en donde pudimos reconocer su nivel técnico indiscutible y también sus deficiencias en algo que es imposible de ser enseñado en una academia: el dominio de la clave y el sabor (o equivalente del swing jazzístico); pero también pudimos comprobar una capacidad improvisativa y un oficio instrumental que dispara de inmediato la calidad de la pieza.

 

Luego alcanzamos a pasar por la concha acústica de La Rouvenaz en donde pudimos apreciar algunos de los temas interpretados por el Cuesta College of Voices and Chamber Singers de USA, haciendo algo que no es muy común ver: el repertorio jazzístico de las grandes bandas a cargo de un coro que asume todos los roles de un gran ensamble instrumental en donde es sabido hay arreglos solísticos y de improvisación para casi todos los instrumentos y secciones, incluyendo la propia voz. El resultado era una música en la que se reconoce el valor del trabajo pero nos deja una sensación de cosa incompleta, como si ahora la voz fuera incapaz de alcanzar lo que puede un instrumento. Ironía: cuando todo el desarrollo instrumentístico en el jazz históricamente no ha sido más que una imitación de la voz humana.  

 

Y así, llegamos otra vez al Casino Barriere en el que nos esperaba una programación tentadora: Amos Lee, un joven neoyorquino que parece ser la revelación de estos últimos tiempos, a juzgar por la atención que le han prestado padrinos como Bob Dylan, Norah Jones y James Taylor, y la presentación de Cassandra Wilson, sin duda una de las divas actuales del canto jazzístico que tiene en su haber el hecho de haber creado una nueva manera de hacerlo en medio de una tradición de verdaderos casos monstruosos.

 

El repertorio de Lee se presume propio a falta de más datos al respecto, como su manera de cantar, la calidad de su voz, su balance entre la ironía, que a veces es mordacidad, y la ternura, cualidades que reeditan cierta poesía crítica que prácticamente había desaparecido del panorama del pop para dar paso a la barbarie del rap contemporáneo. Lee tocando la guitarra rítmica con propiedad y soltura presentó un formato por demás interesante: batería, guitarra (que era también trompeta y mandolina) y bajo. La presentación, por la música y por el personaje puede ser una de las cosas más interesantes del festival, en el que quedaran sonando además de su buena música también las ironías que entre dientes decía al público entre uno y otro agradecimiento, entre otras  por el hecho de estar en un festival como éste, en un escenario como éste y con un público como éste, él que precisamente todavía se gana la vida siendo mesero de día y artista de noche en el Philly Café. Pero también lo dijo: money talk, baby.

 

Con Cassandra Wilson la experiencia resultó sumamente interesante en términos musicales pero con altos y bajos también en ese campo. La Wilson posee una manera completamente personal de interpretar lo ya conocido al punto que termina haciendo no una simple versión (lo que en el jazz es de suyo una norma institucionalizada, y lo ha sido desde sus inicios), sino una nueva composición en todo sentido: letrística, melódica y armónicamente, como sucedió anoche con temas como Them there eyes, tan recurrida en el repertorio de Billie Holliday, o la revolucionaria versión de Aguas de Marzo, de Jobim, para citar dos ejemplos incontratastables. También nos entregó uno de los temas más sonados de Sting, Song of freedom, de Bob Marley, Time after time, de Cindy Lauper, y un viejo blues de Willie Dixon, todos ellos completamente refundados, casi al punto de lo irreconocible. Y toda esa música envuelta en un concepto de formato musical y sonido indiscutiblemente interesante y loable con un grupo en el que destacaron de forma más que sobresaliente el bajista Reginald Veal, un harmonista desconocido que nos recordó mucho al gran Toots Thielemanns por su capacidad acompañante e improvisativa, sobre cuyos hombros reposó todo el peso solístico del concierto, y dos guitarristas que fueron en definitiva la nota negra de aquel concierto en el que casi todo el tiempo fueron erráticos en sus ideas y presentaron un sonido deshilachado y sucio, pero que a pesar de ellos dos nos dejó el sabor de una buena experiencia.

 

La crónica correspondiente a las incidencias de este último día de festival seguramente podré escribirla en el tren que nos llevara mañana a Ginebra donde estaremos haciendo tiempo mientras sale nuestro vuelo de regreso a la ciudad de Barranquilla - Colombia.

 

 

 Oscar Peterson Quartet
Montreux Jazz Festival 2005 -  16 de Julio

 

 

X

 

Oscar Peterson se / nos despide

 

Nuestro último día en Montreux está asistido por la gran expectativa que nos produce el gran cierre con el maestro Oscar Peterson. Con sus ochenta años, su enorme y obesa humanidad que lo mantiene en una silla de ruedas, los estragos de una embolia que le ha dejado sin el movimiento de su mano izquierda y el dolor que le ha producido la muerte de su fiel bajista Neils O. Pedersen, la expectativa de su presentación tenía mucho de conmiseración y lástima. Aún así ese fue el concierto que quise ver y no el de la orquesta de Ray Barreto que prometía un indiscutible cierre de frenético contacto con las raíces latinas.

 

La mañana estuvo dedicada a recorrer por última vez las calles de Montreux, como quien recoge los pasos, a leer un poco frente al lago y a curiosear por los puestos de artesanías pensando en adquirir una que otra bagatela para los consabidos regalos del regreso. Como todos estos días me senté a almorzar a la orilla del lago en medio de multitud de pájaros que llegan a reclamar sus migajas, antes de ir a la sala de prensa del festival a escribir nuestra crónica correspondiente del día anterior.

 

El último concierto que nos deparaba la jornada de archivos era nada menos que el de Herbie Hancock, Michael Brecker, Roy Hardgrove y George Mraz de hace algunos años. Un concierto de grandes standards pero ofrecidos sin un ápice de concesión al público ni a nadie, versiones que escondían las melodías reconocibles en una envoltura de complicadas armonías y solos que mantuvieron al público quieto y concentrado.

 

Como no hubo concierto ese día en el Jazz After Hours del Petite Theatre pasamos por el escenario de la Rouvenaz en donde una Big Band de un Collage de Seattle hacía las delicias de un público entregado a sus interpretaciones del repertorio clásico de las bandas americanas de jazz. Definitivamente es interesante y emotivo ver a estos adolescentes metidos en las camisas de once varas de sus instrumentos resolviendo pasajes y solos de legendarios arreglos.

 

Pero tocaba suspender para llegar a tiempo al gran concierto de cierre en el Auditorium Stravinsky. Y apenas llegados ya estaba el joven canadiense Robert Botos, ganador del concurso de solistas de piano del 2004, encargado de ser el telonero de su compatriota  Peterson. Botos, joven pero no adolescente, de una inmensa figura, coincidente en eso también con Peterson, demostró porqué estaba allí como ganador. Poseedor de una técnica sobresaliente y de un gran poder de swing hizo en un inmenso Stenway rojo páginas jazzísticas dignas de ser la antesala de Oscar Peterson, con piezas como It never entered my mind, recordando la versión de Miles Davies, una versión personal de My favority things y otra de Ornithologic, entre otros. Excelente presentación la del joven Botos.

 

La mano del maestro.

Montreux Jazz Festival Oscar Peterson, 16 de julio.

Auditorium Stravinski.  © Jack - fusions.ch

 

Y luego del obligado intermedio llegó la hora de ver a Oscar Peterson. Uno a uno fueron saliendo los integrantes de un soberbio cuarteto conformado por el guitarrista Ulf Waekenius, el bajista David Young y el baterista Alvin Queen, y atravesando penosamente la escena como si no fuera a llegar nunca al piano y con todo el teatro de pie aplaudiendo, entró el gran Oscar Peterson, lento y viejo, pero dispuesto a hacernos olvidar que tiene 80 años y que no tiene mano izquierda, con un concierto ciertamente emotivo y aleccionador que nos entregó algunos de sus mejores standards como Kelly’s Blues, She has gone, un tema dedicado a sus mejores amigos recientemente desparecidos titulado The backyard blues, y una delicadísima pieza de Niels Orsted Pedersen titulada In the silence of the woods, anunciada con la voz entrecortada, para cerrar luego con Satin Doll.

 

Pero no hubo ni conmiseración ni lástima. Sin la vertiginosidad y pirotecnia de sus mejores días y sus dos manos completas, pero con la inmensa sabiduría de quien a lo mejor sabe que está entregando su último canto, su sola mano derecha y un grupo acompañante excepcional nos permitieron disfrutar de una experiencia en la que nuevamente pudimos comprobar el triunfo del espíritu a través de la música.     

 

 

XI

 

Coda

 

El día 17 de julio, en el tren que nos llevaba de regreso a Ginebra donde esperaríamos hasta el 19 el vuelo de Iberia que nos dejaría en Madrid en tránsito para Colombia, intenté escribir la última parte de esta crónica, como me lo había prometido, pero dos cosas me lo impidieron: una bella mujer rumana de larguísimas piernas que iba leyendo frente a mí una novela en griego y que perdería para siempre al bajarnos entre los miles de pasajeros de prisa de la misma estación, y el espectáculo natural que me ofrecía a la izquierda interminables viñedos y a la derecha el lago transparente de Leman lleno de botes y bañistas que aprovechaban el sol de las 4 de la tarde.

 

En Ginebra nos esperaban los hermanos bogotanos Carlos y Hernando Ibáñez que viven y estudian en esa ciudad y a quienes conocimos en un concierto en Montreux. Carlos nos hizo en sólo unos horas un apretado y certero tour de la maison que no dejó por fuera un baño en las heladas aguas del lago, el Parque de la Reforma con su muro y su juego de ajedrez gigante, el surtidor de agua, el reloj de flores, la Catedral de San Pedro, las cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa rusa, la universidad, Bellas Artes… Y Hernando, por su parte, con un grupo de jóvenes colombianos estudiantes de música en Ginebra nos permitió disfrutar y participar de una sesión de música costeña a la orilla del lago con dos saxofonistas, tambora, alegre, llamador, redoblante, maracas y voz, todos ellos colombianos, que se reúnen cada fin de semana a tocar para ellos mismos y para la gente que pasa. Allí estuvimos hasta pasada la media noche. Cómo iba a imaginar que un día impensado cantaría, tocaría el alegre, la tambora y recogería propinas de señoras generosas que preguntaban dónde podrían conseguir los CDs del grupo a orillas del Leman tranquilo.

 

La Voz Profunda de Roberta Flack. 14 de julio

 

 

Al día siguiente el recorrido empezó por el Cementerio de Plainpalais para visitar a Borges y pasar luego por la calle a él dedicada en el antiguo barrio de Saint Gean, en el que una placa reproduce un fragmento de su poema en el que declara su amor a la ciudad. Muy cerca de su tumba reposan también otros dos insignes personajes: el gran Alberto Ginastera, otro argentino grande de nuestra música latinoamericana, y el señor Ernest Ansermet, director de orquesta francés que vivió en Montreux, a quien le tienen dedicado el nombre de una calle en esa ciudad, la Quai de Ansermet, y quien tiene el mérito de ser el primer músico europeo en saludar al jazz como gran música cuando llegó el jazz a comienzos del siglo XX a París.

 

Uno también se puede enamorar de una ciudad con sólo verla. Y yo creo que la mujer del tren: misteriosa, hermosa y culta no fue otra cosa que una anticipación poética de Ginebra. Adios.

 

Edición agosto de 2005.

 

Más fotos del festival:

 

 http://www.jazzphone.ch/evenements/2005_montreux/0_montreux.htm#2005.07.02_Jose_Feliciano

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