EL UNIVERSAL SONERO DE SAN LUIS

 1927 San Luis -  2005 La Habana
 

Herencia Latina Deplora su Muerte.

Perfume de gardenia
Yuris Nórido  La Habana


A mí me hubiera encantado escribir la historia de Ibrahim Ferrer, escribir un buen reportaje y publicarlo en una revista, con muchas fotos y recuadros; y no ahora que está muerto, no señor, no ahora que su nombre está en las páginas de todos los periódicos, que sus discos suenan en las emisoras, ahora que nos sonríe desde los centenares de fotografías que ilustran artículos, crónicas y entrevistas. A mí me gustaría haber escrito su historia hace algunos años, cuando estaba limpiando zapatos en su barrio, unos días antes, quizás, de que aparecieran Juan de Marcos, Ry Cooder, Win Wenders, etc., etc., etc. y comenzara todo ese maravilloso cuento de hadas del Buena Vista Social, los conciertos en medio mundo, los discos, los premios internacionales, las flores, los aplausos, las entrevistas, las fiestas, el reconocimiento, los elogios, las luces y, sobre todo, la música en grande, de verdad, con ganas, qué buena energía, qué deseos de tocar y cantar los de esos viejitos, qué bueno que fueron felices, qué bueno que, en el otoño de la vida, cuando la mayoría de la gente ya no espera nada nuevo, pudieron hacer realidad algunos sueños…

Esa historia merece ser contada una y otra vez, porque nos deja en la boca el mismo dulce sabor que el cuento de la Cenicienta, salvando todas las distancias: al final, la vida premia a los humildes, a los grandes de corazón, a la gente talentosa y buena que anda por ahí, esperando su oportunidad: más tarde o más temprano el reconocimiento llega. Historias como la de Ibrahim Ferrer nos devuelve la fe en la generosidad humana, aunque de sobra sepamos que no siempre sucede así, ahí están tantas otras historias para demostrarlo.

Digo que yo quisiera haber escrito el reportaje antes del Buena Vista, porque me hubiera encantado hablar con un hombre que dedicó décadas de su vida a la música, cantó con las mejores orquestas de este país, se codeó con las estrellas más brillantes y, sin embargo, la vida lo llevó a lustrar zapatos: ¿qué piensa un hombre así? ¿Cómo asume su destino? Me inquieta la posibilidad de que un día me suba a un taxi, mire con indiferencia al taxista, le pague, me baje y siga mi camino sin sospechar que ese señor que estaba manejando fue, digamos, un excelente saxofonista. ¿Les contaría Ibrahim su historia a los nuevos clientes? ¿Le creerían?

Ahora es difícil responder a esas preguntas, pues Ibrahim Ferrer acaba de entrar en la memoria de los hombres, terreno frágil y lleno de espejismos.

Ha muerto y lo ha llorado medio mundo: de La Habana a Nueva York, de París al Himalaya. Pudo haber muerto, quizás, y lo hubieran llorado solo sus familiares y amigos. Quiso el destino, o Dios, o lo que fuera, que la vida le alcanzara para que miles de personas de todas partes se deleitaran con su voz melodiosa, con su peculiar manera de interpretar un son o un bolero. Pero sospecho que Ibrahim era un hombre esencialmente bueno y sencillo, con fama o sin ella, sobre el escenario del Carnegie Hall o en la sala de su casa, conversando con los amigos.

Escucho su voz en la radio, me imagino el reportaje que hubiera podido escribirse: no sería la historia de una estrella internacional, de una gloria de la música tradicional cubana. Sería la de un hombre humilde, que tararea bajito, mientras camina rumbo a su casa ―el sol se oculta entre los viejos edificios de La Habana― Perfume de Gardenia.

 

EL UNIVERSAL SONERO DE SAN LUIS

Música de Ibrahim Ferrer en La Jiribilla.

Fuente:


http://www.lajiribilla.cu/2003/n126_10/aprende.html

 

 


Una tarde de 1997 conocí a Ibrahim Ferrer, que todavía vivía en su humildísima casa de la calle Indio número 12. Hacía muy poco, por un golpe inesperado de la suerte y la iniciativa de Juan de Marcos González, había sido llevado ante Ry Cooder, que se disponía a grabar un disco en los históricos estudios de la habanera calle San Miguel, sin todavía el propio guitarrista americano saber que lo llamaría Buena Vista Social Club.

Lo cierto es que Ibrahim participó en la mayoría de los temas de ese álbum que toma su título de un danzón de Orestes López. En ese trabajo fue varias veces voz solista, participó en los coros y hasta en la percusión menor. Y no solo cantó sones y guarachas, sino que realizó su sueño de grabar un bolero. Nada menos que «Dos Gardenias» de Isolina Carrillo.

A pesar de que en Buena Vista Social Club participan otras importantes figuras de la música cubana, que ya por aquellos días disfrutaban de proyección internacional, como Compay Segundo, Omara Portuondo y Eliades Ochoa; sin dudas Ibrahim se convirtió en una de las mayores atracciones del álbum, lo cual se reforzó cuando comenzaron las giras internacionales de los protagonistas de este proyecto.


Portada de Buena Vista Social Club, del año 1997.

Como consecuencia de este éxito del músico nacido en el poblado santiaguero de San Luis allá por 1927, el sello discográfico World Circuit decide que Ry Cooder le produzca a Ibrahim un disco en solitario, que apareció en 1999, bajo el título de Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer, que poco después obtendría un premio Grammy. En ese disco el cantante continúa demostrando que puede acometer con eficacia los más importantes ritmos de la música cubana. Y sobre todo que es capaz de versionar con acento muy personal, grandes piezas del ayer, que habían sido popularizadas por nombres de la música nuestra verdaderamente legendarios, piénsese tan solo en una «Bruca Manigua» tan cercana a Miguelito Valdés, o en «Mami me gustó» del mejor ejercicio de Arsenio Rodríguez, o en «Como Fue», un bolero que hasta entonces nos había parecido hecho solo para Benny Moré.


En 1999 aparece Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer.

En el tiempo transcurrido desde el lanzamiento multinacional de Buena Vista Social Club hasta los días que corren, Ibrahim se ha convertido en un personaje aclamado en los más importantes escenarios del orbe y no por ello ha dejado de ser el hombre de carácter humilde, respetuoso y con enorme sentido de agradecimiento, que yo conocí en la calle Indio. De regreso a su tierra y a su casa, nunca los nuevos compromisos que le impone la fama, le han impedido ser el padre, el esposo o el abuelo, de naturaleza queredora. Ni ha dejado de tener el tiempo oportuno para los amigos que le acompañaron, en tiempos de menor ventura artística. Con cada nuevo éxito, contrario a olvidar sus andares anteriores, se afianza más en sus recuerdos. Su comienzo en agrupaciones santiagueras que nunca llegaron a grabar y que ahora difícilmente nadie tenga en mente; su tiempo con Chepín, el largo encuentro con Pacho Alonso, con quien llegó a La Habana como integrante de Los Bocucos, su permanencia en esa orquesta a partir de 1967, cuando ya no era dirigida por Pacho y el día en que buscando voces «más actuales», el director le dio a entender que ya su presencia no funcionaba allí. Nada olvida Ibrahim y ha todo le saca provecho, con su sabia sencillez, para andar regando lo mejor de su música por el mundo.

Este año ha salido el segundo álbum que el sello británico World Circuit le ha propiciado a Ibrahim, también con producción de Ry Cooder y la dirección musical de Demetrio Muñiz: Ibrahim Ferrer. Buenos hermanos. Este disco prueba que no siempre la frase, «más de lo mismo» tiene que entenderse con una connotación negativa. Lo digo porque con el apoyo de la dirección artística, el cantante perfila cada vez más su capacidad de recorrer cualquier perfil de la música cubana y de dar lustre de recién aparecidas, a piezas que hace mucho tiempo son parte de nuestro mejor acervo. El son «Buenos hermanos» de Miguel Matamoros, el «Guaguancó callejero» de Ignacio Piñeiro, el bolero «Mil congojas» de Juan Pablo Miranda...


Buenos hermanos es su  más reciente disco.

Otro elemento que distingue este álbum, es la inclusión de muy sabrosas piezas de la autoría del propio cantante, como «Boquiñeñe» y «Hay que entrarle a palos a ese». La banda que secunda a Ferrer en estas grabaciones, es esencialmente la misma que en otras oportunidades. Con instrumentistas como el mismo Cooder, Orlando «Cachaito» López, El Guajiro Mirabal, Amadito Valdés, Manuel Galban. Y además entran a poner más sazón al plato importantes figuras como Chucho Valdés y el Flaco Jiménez.

Ibrahim Ferrer. Buenos hermanos, como las anteriores producciones musicales de World Circuit en las que ha paticipado el sonero de San Luis, ha sido distinguido por los Grammy. Esta vez en su versión latina, al concederle el Premio como Mejor Álbum Tradicional Caribeño. Lo penoso es que los organizadores del certamen no pudieran más que la ultraderecha de Miami, a quien molestaba de manera particular que los artistas cubanos residentes en la Isla, fueran a esa ciudad a recoger los premios y presionaran a las autoridades para que les negaran las visas. Es una pena para la dignidad del ser humano y para los cubanos todos, vivan donde vivan y piensen como piensen. En medio de diferencias políticas hasta ahora insalvables, si hay un terreno donde todos los cubanos podemos tener un sentimiento común, es alrededor de nuestra cultura, en particular la de más arraigo popular y muy especialmente en torno a esas músicas, que hace tanto tiempo andan en los vientos de Cuba, como un regalo para todos.
 

La buena voz del Social Club
Tupac Pinilla La Habana

Los Ahora Entrañables Rubén e Ibrahim

Hace casi dos años, en la edición de los Premios Grammy Latinos del 2003, tres producciones discográficas de músicos cubanos alcanzaron el gramófono dorado: Brazilian Dreams, de Paquito D'Rivera, como Mejor Álbum de Jazz; Buenos hermanos, de Ibrahim Ferrer, como Mejor Álbum Tropical Tradicional; y Emigrante, del grupo Orishas, en la categoría de Rap/hip-hop. Entonces ni el sonero ni los raperos pudieron asistir a la ceremonia pues no fueron invitados por la Academia LARS ni recibieron visas del gobierno de los Estados Unidos. Recordemos ahora a viva voz al pequeño gigante, al más añejo de aquellos premiados y, si tenemos la suerte de atesorarlo en casa, deleitémonos escuchando su increíble Buenos hermanos.

 


Ibrahim Ferrer nació en Santiago de Cuba en 1927. Comenzó a cantar profesionalmente en 1941 con grupos locales, alternando con cualquier tipo de trabajo que pudiera hacer por el día y le permitiera cantar por las noches. Así, fue limpiabotas, peón de albañil, estibador, pintor... En la década del 50 comenzó a trabajar como cantante del grupo de Pacho Alonso y pudo dedicarse por entero a la música. En 1959 Pacho Alonso se mudó con su orquesta para La Habana y Ferrer siguió con Pacho por más de veinte años.
 

Cuando en 1992 se retiró del trabajo artístico, le correspondió una pequeña pensión, pero como no le alcanzaba para cubrir sus gastos, regresó a limpiar zapatos. Así, viviendo austeramente en un reducido apartamento de la Habana Vieja con su esposa y otros miembros de su familia, en 1997 lo sorprendió la buenaventura cuando alguien lo animó a participar en el primer proyecto del guitarrista y productor norteamericano Ry Cooder con el Buena Vista Social Club. No le fue fácil decidirse; hacía años que estaba retirado de la música.
 

En 1997 se graba el disco Buena Vista Social Club, quizás la producción más importante de la música cubana de las últimas décadas, tanto por su valor artístico intrínseco como por lo que significó en cuanto a proyección y/o descubrimiento de enormes artistas cubanos olvidados por las injusticias del mercado. Nombres como Compay Segundo, Omara Portuondo, Rubén González o el mismo Ferrer, se hicieron habituales en los primeros puestos de las listas de ventas de world music.
 

Sobre lo que para él significó ser un exponente de la cultura cubana, el propio Ibrahim Ferrer confesó:

 

“Todo el mundo me conocía en los años 50 por mi voz, pero no conocían mi cara. Además, mi nombre nunca figuraba en los discos. Figuraba el nombre del gerente o el del primer trompeta, pero el mío nunca. Tampoco me dejaban cantar boleros y ahora me conoce todo el mundo por eso, hasta autocares de turistas me van a ver a la puerta de mi casa en Santiago. Me siento orgulloso de llevar mi música. Ya que yo no puedo representar a mi país en otra cosa, pues representarlo con mi música. Yo digo: este es mi pedacito; yo tengo que cooperar, porque todo el mundo debemos de cooperar, y ese pedacito me gusta.”

 

En el año 2000 obtuvo su primer Grammy Latino, como Artista Revelación, con el disco Buena Vista Social Club presenta a Ibrahim Ferrer. Allí estaba la voz de Ibrahim, a sus 75 años, plena de facultades y sobrada de oficio, sentido del ritmo y sabor. Como los grandes soneros, Ferrer crea cantando, su lectura de la melodía y su forma de unir música y palabras es especial y personal.
 

 


La noticia lo sorprendió cuando se hallaba participando en el segundo festival del son en su ciudad natal y había actuado a teatro lleno en la sala Heredia, recién llegado de una gira por Japón donde se presentó junto a la diva del Buena Vista Social Club, la también veterana Omara Portuondo.
 

Buenos hermanos, disco con el que obtuvo su segundo Grammy Latino al Mejor Álbum Tropical Tradicional, compitió, entre otros, con producciones de otros dos grandes de la música cubana: Polo Montañez y Eliades Ochoa.
 

Buenos hermanos tomó su título de un tema compuesto por Miguel Matamoros en 1943. Los temas escogidos para este disco van, desde clásicos de Lara, Lecuona, Matamoros o Piñeiro, hasta composiciones recientes del propio Ibrahim o de Chucho Valdés, quien otra vez demostró ser el pianista más completo del panorama latino actual.
 

El equipo de producción y grabación, compuesto por Ry Cooder, Nick Gold y el ingeniero Jerry Boys, fue el mismo que trabajara años atrás en el disco de su debut en solitario, aquel que le valiera el primer Grammy, así como en el álbum original del Buena Vista Social Club.
 

La banda escogida para acompañar a Ibrahim, a la cual se sumaron innumerables colaboradores, estuvo compuesta por una auténtica constelación de estrellas cubanas y norteamericanas: Orlando “Cachaíto” López en el bajo; su amigo Manuel Galbán en la guitarra eléctrica, el piano y el órgano; Chucho Valdés al piano; Miguel “Angá” Díaz en las tumbadoras;  Jim Keltner, reafirmando ser uno de los mejores bateristas del mundo; y el propio Ry Cooder, gestor del proyecto, en la guitarra, con su hijo Joachim al drum.
 

A lo largo del disco, esta “banda oficial” se complementó con innumerables y variadas secciones de viento, cuerda y coros. The Blind Boys of Alabama hicieron llorar de emoción al propio Ibrahim al oír las voces de “los ciegos”, como él mismo los llamara, en el clásico “Perfume de gardenias”, de Rafael Hernández. Fue la primera grabación no religiosa que realizara el prestigioso grupo americano de gospel.
 

Aparecen otros nombres insignes, como los del innovador trompetista Jon Hassell y el veterano saxofonista Gil Bernal. Del mismo modo, Flaco Jiménez, la estrella del acordeón chicano, aporta su inconfundible sonido a los temas “Naufragio”, escrito por Agustín Lara en 1939, y “Como el arrullo de palma”, original de Ernesto Lecuona.
 

Y a todo esto Ibrahim no sólo aportó su veteranía y maestría vocal, sino que imprimió una seguridad en sí mismo tal que en palabras de Ry Cooder: “Ferrer está ya a la altura de su ídolo Beny Moré y el resto de los grandes maestros de la música cubana de todos los tiempos.”
 

Buenos hermanos es un disco muy variado y lleno de energía. El propio Ferrer dijo que “son canciones que me hacen sentir joven y en ellas he puesto todos mis sentimientos, en una forma de agradecer a mis seguidores todo el apoyo que me han dado”. A su vez, Ry Cooder comentó: “Creo que este es un disco deliciosamente clásico; es el disco latino definitivo. Beny Moré tenía un gran carisma, pero creo que nadie más que Ibrahim podría hacer ahora un álbum como este. Es un disco lleno de matices y sutilezas”. Vivamos una y otra vez, por siempre, el espejismo de ser uno de sus Buenos hermanos, para que la buena voz del Social Club pueda sentirse perenne joven.

 

Tomado de La Jibarilla - Cuba

http://www.lajiribilla.cu/2003/n126_10/aprende.html