EL TANGO EN LA OBRA DE JARDIEL PONCELA

 

 

 

 

 

 

Investigación e interpretación de Ricardo Ostuni y Luciano Londoño 

Buenos Aires y Medellín, agosto de 2012

Especial para Herencia Latina

 

INTRODUCCIÓN

Evangelina, en la biografía de su padre asegura: “Jardiel Poncela es ya historia y (…) todos (…) tenemos un poquito la obligación de aportar aquello que sabemos de él y que es desconocido para otros”. Y eso precisamente es lo que aspiramos hacer con este ensayo.

No pocos escritores y ensayistas se ocuparon del tango a lo largo del siglo XX y de los pocos años transcurridos de esta nueva centuria. Es posible que el documento más antiguo al respecto, sea un largo artículo publicado en el diario Crítica de Buenos Aires en septiembre de 1913 bajo la esquiva firma de Viejo Tanguero.

Pero a poco de andar el siglo el tango, que en sus días inaugurales fuera totalmente ignorado por la intelectualidad argentina, comenzó a merecer la preocupación de notables escritores cuya lista completa excedería los límites de esta mención, pero a título de ejemplo debemos citar a Güiraldes, Borges, Sabato, Mario Benedetti, García Márquez, Ulises Petit de Murat, Manuel Mujica Láinez, Leopoldo Marechal, César Tiempo, León Benarós, Baldomero Fernández Moreno, Conrado Nalé Roxlo, sin olvidar al poeta y escritor francés, el académico Jean Richerpin que en la Reunión de las Cinco Academias de Francia  dio en 1913 una de las más brillantes conferencias a propósito del tango (que tal era el título de la misma).

Mas no todos encontraron en el tango las idealizaciones literarias de aquellas plumas. Hubo otras, de no menos renombre, como las de Leopoldo Lugones o Carlos de Ibarguren, que descargaron su total rechazo acuñando epítetos tales como “reptil de lupanar” o “producto híbrido del porteño…y del mestizaje”. Pero también lo bendijeron Waldo Frank para quien el tango era la danza popular más profunda del mundo y  Ezequiel Martínez Estrada que lo consideraba como una música sin igual para la ensoñación.

 

No obstante no vamos a detenernos en las palabras de ninguno de los nombrados porque hay otro nombre, siempre omitido a la hora de citar juicios sobre el tango, que nos proponemos rescatar por primera vez, como es el de ENRIQUE JARDIEL PONCELA.

Jardiel Poncela, un verdadero maestro del humor, y uno de los más notables dramaturgos y novelistas españoles del siglo XX, tuvo recurrentemente ácidas alusiones hacia tango a partir de 1927, cuando aún faltaba una década para que realizase la primera de las dos giras que hiciese a Buenos Aires (agosto de 1937 a marzo de 1938 y en 1944). A pesar de ello, en la reina del Plata fue muy bien recibido y aclamado, tuvo éxito artístico y económico…, si bien en la última, el éxito económico inicial tropezó por causas diferentes a lo artístico.

 

Su mismo  nieto, Enrique Gallud Jardiel, en la biografía que escribió sobre su abuelo, asegura que el dramaturgo confirmó que en Buenos Aires había recibido un trato exquisito y  cosechado muy buenos amigos.

Capítulo 1: “A MÍ NO ME HABLEN DE TANGO”

 

-Jardiel Poncela y su humor cáustico sobre el tango-

De pronto pareciera un contrasentido que quien se expresase tan despectivamente sobre el tango, hubiera recibido tantos halagos en Buenos Aires, la ciudad-tango por excelencia. Sin embargo, en el público no  porteño no tuvieron  influencia alguna esas frases despectivas que Jardiel Poncela vertiera en varias de sus obras.

 

Estas notas  intentan, de manera integral, desentrañar o explicar los hechos que originaron el rechazo del escritor a todo lo que le oliera a tango, a partir de 1927.

 

Su hija Evangelina Jardiel Poncela dice, en la biografía de su padre, que él tenía un perro Alsacia-Lorena llamado Bobby, que halló perdido en una calle de Bilbao, en el verano de 1940, el cual lo acompañó hasta su fallecimiento (en 1952). Bobby tuvo un hijo llamado Monchi, con una perra del Bar Gaviria, “por lo que decía Jardiel que era hijo de una “tanguista”.

 

Y, de acuerdo a nuestras investigaciones y al aporte que nos hace Joaquín Fernández Lobo, de Gijón Asturias  España, en carta de agosto 18/2012, recogida por  Ricardo Ostuni, algunas alusiones ácidas de Jardiel Poncela, respecto al tango, están en sus obras El estupidisaurio, terror de la tierra y de los mares” (en la que dice que el monstruo prehistórico llamado el estupidisaurio “estaba provisto de dos guitarras y un bandoneón, con los que interpretaba tangos y milongas, que, si no siempre servían para dar muerte a sus víctimas, por lo menos eran suficientes para dejarlas idiotizadas o sumidas en un sueño de la longitud y profundidad de Manon”); "El libro del convaleciente" (1939) (en la que denomina "tanguistas" a las mujeres que se echan la vida a la espalda); "Margarita, Armando y su padre" (1931) (en la que describe el personaje de Maruja como "una tanguista vulgar"); "Eloísa está debajo de un almendro" (1940) (en la que saca el tema a colación diciendo que "la muchacha, muy linda y de unos treinta años, tiene un cierto aire de tanguista"); Usted tiene ojos de mujer fatal” (en la que habla de "esos vomitivos con música llamados tangos, que tan felices hacen a las criadas que no saben leer y a las señoritas analfabetas" y, más lejos, "[d]el nauseabundo desperezo de los bandoneones"); y en la La Tourneé De Dios” (trae el siguiente concepto: ““En las mujeres no hay nada personal. Todo es adquirido, inyectado, contagiado del hombre que aman. (…) Si duerme con un hombre de arte, la mujer será tan pedante como él; si con un humorista aparecerá a los ojos del espectador como una mujer que se burla de todo, y os dirá, con acento fatigado: "Amigo mío... Yo no creo en nada. .." (…); si es un autor de tangos, hablará del tango y hasta se lanzará a escribir la letra de uno por su cuenta;…”).

 

En la obra “Usted tiene ojos de mujer fatal” estrenada en Valencia en 1932, -una suerte de adaptación teatral de su novela ¿Pero..hubo alguna vez once mil vírgenes?- Jardiel habla de "esos vomitivos con música llamados tangos, que tan felices hacen a las criadas que no saben leer y a las señoritas analfabetas" y, más lejos, "[d]el nauseabundo desperezo de los bandoneones" (p.158 y 162) y también convierte al El Pintor de la novela en un compositor argentino de habla sabrosa, mezcla de lunfardo y de retórica florida que remeda el estilo de los tangos de su tierra:

OSHIDORI. ¿Es cierto que se casan ustedes, señor Cruz?

INDALECIO. Resién en junio. Cuando florescan los rosales y la  naturaleza vista sus mejores galas, pa entonces lusirá Francisca su traje de desposada [...]

Uno años antes, Jardiel Poncela había “escrito” una estrafalaria letra de tango pone en boca del compositor argentino de su comedia:

  "Fiscalito del supremo
que abocanás el boliche
y campaneás el fletiche
con bufosos de bacán;
no me escrupiés el belemo,
no me chalés el milongo
ni me enramés el bailongo
de los rulos del gotán." (p.164)
 

 

Sobre el tema Tango y Jardiel Poncela, Joaquín Fernández Lobo, en la ya citada carta, recogida por  Ricardo Ostuni, dice: 

Enrique Jardiel Poncela fue un “hombre de mundo no sólo por su relación con la farándula sino por su relación con la intelectualidad del momento, poseía sin embargo una rara aversión por el tango y sus mujeres. (…)

“La fijación de este individuo por ese arquetipo de mujer me ha tenido mosqueado un largo tiempo hasta que mi amigo Eugenio Cueto, gran estudioso de la obra de Poncela, me ha desvelado el jeroglífico. Por lo visto la mujer de Jardiel, Josefina Peñalver, dibujante de prestigio en varias publicaciones, era muy aficionada al baile de salón y sobre todo al tango que por entonces arrasaba en Europa. En uno de los locales del baile de moda conoció a un famoso pianista de tango, un tal Demare, que entre actuaciones le enseñó el noble arte de dibujar firuletes. Y ya se sabe lo que pasa en estos casos; un día de septiembre Josefina, arrebolada por la pasión que despierta el tango, a la tercera quebrada le dijo a Demare aquello del anuncio de los langostinos Pescanova: " Che, llevame a casa"

“Y se largó con él dejando a nuestro Enrique preso del desamor cruel (…).

“Así que no es de extrañar que durante el resto de su vida mantuviese un odio africano y unos impulsos homicidas contra todo lo que oliese a tango. Razones parecían no faltarle al muchacho. (…)”

 

Enrique Cadícamo en sus Memorias cuenta que los andaluces, en tren de cachondeo, deformaban los apellidos del trío Irusta-Fugazot-Demare a punto tal que en Barcelona se llegó a representar una revista en el Teatro del Paralelo con el titulo Irusta Za fugot con su Mare, pero, como vimos, el chiste tomó otro cariz ya que fue Demare quien se fugó con Josefina. (id. Pág. 95).

En el ensayo “Humor, Pasión y drama en la vida de Enrique Jardiel Poncela”, de José Montero Padilla (de la Universidad Complutense), se dice que cuando Josefina Peñalver se marchó a Buenos Aires con el pianista Demare, Jardiel Poncela quedó con el ánimo destrozado y con una criatura, Evangelina, de pocos meses.

 

Capítulo 2: “TRISTE COMEDIA”

 

-Protagonistas de esta historia y circunstancias de tiempo, modo y lugar de la misma-

Madrid, finales de 1926 y los tres primeros meses de 1927, cuyo inicio posiblemente fue en teatro Maravillas de Madrid, donde la presentación del trío Irusta-Fugazot-Demare, prevista para un período de quince días debió prolongarse a tres meses por el gran éxito que obtuvo.

A comienzos de 1927, cuando sucedieron los hechos. Enrique Jardiel Poncela tenía 26 años y medio, Lucio Demare tenía 20 años y medio, y Josefina Peñalver era una muchacha española, cantante, poetisa y retratista, de aproximadamente diecinueve años y de la cual desconocemos la fecha exacta de su nacimiento.

Al decir del crítico y autor Fernando Méndez-LeiteIrusta Fugazot y Demare (eran) ídolos a la sazón de los auditorios femeninos en España y sañudamente combatidos por un gran sector del sexo feo, envidioso o celoso, de su éxito con las mujeres. (El Tango en España, por Juan Manuel Peña, pág. 96).

 

JOSEFINA PEÑALVER, la "Dama del Guante Verde", mujer aún casada y con un hijo cuando conoció a Jardiel (…), mantuvo con éste una relación sentimental, fruto de la cual nació Evangelina en diciembre de 1927. La pareja convivió (…), estableciéndose en una vivienda situada en el nº 15 de la madrileña calle de Santísima Trinidad. Sin embargo, como ya dijimos, ella decidió abandonar el hogar familiar, quedando la niña a cargo de su padre Jardiel Poncela.

 

 

 

Es curioso el paralelismo que establece Jardiel Poncela entre las tanguistas y las mujeres de mala nota, prueba inequívoca de que el tango como manifestación artística no debía interesarle mucho. O quizá todo se deba a que la madre de su primera hija, Josefina Peñalver, se acabó marchando con un célebre cantante de tangos”.

 

Sobre el abandono de Josefina Peñalver a Enrique, en la biografía escrita por su nieto  Enrique Gallud Jardiel, se dice que, en 1926, Enrique inició la relación con la “mujer fatal” JOSEFINA PEÑALVER. Comenzaron a vivir juntos –lo que provocó que muchas personas les retiraran el saludo- y pasaron bastantes apuros económicos. También vivió con ellos el hijo menor de Josefina, Jesús María Lobato de cuatro años y medio (nacido el 4 de julio de 1923).

La penuria aumentó y la situación se fue haciendo cada vez más angustiosa. Como era casi imposible mantener los gastos de aquella casa, la pareja decidió tomar una decisión desesperada: se separarían por algún tiempo e intentarían salir a flote cada uno por su lado.

Mientras continuó el idilio entre ambos, sobre Josefina Peñalver, Jardiel Poncela escribió: “Luego amé a otra mujer, excepcional por su belleza deslumbrante, su inteligencia vivaz y su finura de espíritu. Me hizo tan feliz que estuve a punto de casarme. Por fortuna, me acordé a tiempo de que ella estaba casada y mi boda no pudo arreglarse”.

 

A finales de 1926 nació su hija Evangelina. Tres meses después Josefina abandonó a Enrique, a su hija recién nacida y a su hijo José María, y se marchó a Buenos Aires con el pianista argentino Lucio Demare, del trío Irusta-Fugazot-Demare.

 

“El amor es como una goma elástica que dos seres mantuvieran tirante sujetándola con los dientes; un día uno de los dos que tiraba se cansa, suelta y la goma le da al otro en las narices”.

 

La consternación que le produjo dejó claro que Jardiel Poncela no lo esperaba en absoluto. Sin saber qué hacer, recurrió a su hermana Angelina, quien acababa de quedar viuda. Decidieron que ella viviera con él y contrataron a una aya para que cuidara a la pequeña Evangelina.

 

Jardiel Poncela sufrió una gran depresión y tardó mucho en rehacerse y olvidar. Su primera novela, Amor se escribe sin hache, lo confirma pues está dedicada a ella:

A la maravillosa y exquisita "Nez-en-L’air", cuyo perfume predilecto compré muchas veces para poder recordar en la ausencia sus ojos melancólicos.

“En recompensa a cuanto la hice sufrir; como recuerdo de los años felices en que vimos amanecer juntos y para que al leer este libro en alguna o ciudad remota comprenda que no he olvidado mi promesa”.

 

En el blog “Jardiel cumple 100 años” se dice sobre este particular:

Estas palabras —delicadas, nostálgicas, ennoblecedoras palabras— de Jardiel dan testimonio de la finura de su espíritu. Pero la historia de esa pasión amorosa había tenido, en su final, amargos aspectos. Y había sabido de engaño y desengaño, de olvido y abandono sobre un fondo de música de tango malevo”.

Y en este blog se ratifica que “(…) este fracaso sentimental, que le dejará para siempre un poso amargo y que nunca pudo olvidar de manera plena (…)”

 

Sobre Josefina Peñalver, Evangelina, la hija de ambos, en la biografía sobre su padre Enrique, cuenta:

A una sección que tenía Enrique en “La Correspondencia” (la cual inició en 1921) y que firmaba como “El Conde Enrico di Vorsalino”, que consistía en un consultorio sentimental en broma, comenzó a escribirle una niña de trece años desde el internado de su provincia. Firmaba “La Dama del guante verde”, dibujando al final de las cartas un guante verde. A él le hacía mucha gracia todo aquello, la contestó en broma en el periódico, volvió ella a escribir, terminando al final en una correspondencia particular entre ellos, duró aquel curso, un día dejaron de llegar las cartas de “La Dama del guante verde”, los primeros días las echó de menos pero luego siguió su vida normal sin volverse a acordar de ello. Pasaron cuatro años cuando un día entró su padre en el despacho diciéndole: Ahí afuera hay una señorita estupenda preguntando por ti, que quiere verte.

“Era Josefina Peñalver, “La Dama del guante verde”, la que escribiera desde el colegio en su ciudad de provincias. “Se había casado y aprovechando un viaje a Madrid con su marido, pensó que era el momento de conocerse personalmente. Charlaron de aquella correspondencia, rieron al recordarla y Josefina se fue prometiendo escribir, pero ninguno de los dos lo hizo, desapareciendo nuevamente de la vida de Enrique, hasta que varios años después (…), se había separado de su marido y ni corta ni perezosa se había venido a Madrid a “buscarse la vida” (…) ella escribía y dibujaba mejor, de modo que él se ofreció a ayudarla en lo que pudiera. Empezaron a verse, a frecuentarse y a enamorarse…”, aunque Enrique estaba todavía de novio con Amparo Robles.

“Un día Enrique y Josefina decidieron vivir juntos, algo tan mal visto en aquella época que a Enrique le retiraron el saludo las amistades formales (…), alquilaron un pisito en la calle de la Santísima Trinidad 15, los dos muy valientes defendiendo su amor. Solo tenían para vivir lo que ganaba Enrique (…). Eran muy felices, ella comenzó a dibujar también (…) añadiendo unas pesetillas a la casa.

 

Dice Evangelina que las amistades “serias” los despreciaban por inmorales, “pero tanto mi abuelo, como mi tía Angelina los comprendían y los ayudaron, pero su hermana María Jardiel y su marido no los trataron y se cruzaban de acera.

Fueron muy felices, el 20 de diciembre de 1927 nacía yo. Todo parecía ir normal en el pisito de Santísima Trinidad. Nada hacía pensar en una futura ruptura, pero tres meses después de mi nacimiento, Enrique (de 26 años y medio) se presentó en casa de su hermana Angelina para comunicarle el abandono de Josefina Peñalver, dejando en la casa a su marido, a su niña de tres meses y a su hijo de cinco años.

“Esa separación fue terrible para Enrique y lo hizo caer en una gran depresión.

“Y esa separación no fue tan sencilla como Enrique la cuenta en uno de sus prólogos, ya en “frío” y con tiempo transcurrido. Allí está contado como si hubiese querido que hubiese sido. Y esto encaja con la dedicatoria de Enrique en “Amor se escribe sin hache”.

 

En esta obra Jardiel Poncela ya intuye los avatares que trae el amor. Y en uno de sus más conocidos párrafos, dice de modo sentencioso:

“Esto era el amor: en el hombre una presunción ridícula. En la mujer una vanidad sucia. Y en los dos un instinto animal de secreciones y de glándulas.

“—¡Qué asco, Dios mío, qué asco!¡Y eso constituye la base del mundo!¡Eso es el eje ideal alrededor del cual gira el plantea desde una aurora remota a una noche ignorada!-

“Las mujeres: nervios, pasiones confusas, ambiciones necias, los trajes, las joyas y, encima de ello, sensualidad y orgullo.

“Los hombres: fatuidad, bestialidad, lujuria.

“Y el dinero: el metrónomo, que lleva el compás de la vida de todos merced a su tintineo disolvente.

“Los hombres, con tal de tener dinero, traicionaban, mentían, se envilecían, asesinaban, vendían a un amigo, a un camarada, a un hermano.

“Las mujeres se vendían a sí propias.

“Los ideales -paredes de tierra arcillosa- se desmoronaban."

 

Evangelina en la biografía de su padre no oculta que “tenía cinco años cuando conocí a mi madre (a mí siempre me habían dicho que había muerto).

“Había vuelto de Buenos Aires a donde se fue, después de la separación, con los famosos cantantes argentinos Irusta, Fugazot y Demare.

“Cuando volvió, cinco años después de la separación, ella tenía un motivo para estar de vuelta y así se lo dijo a Enrique. Se había quedado viuda y si él quería podían legalizar mi situación casándose.

“Mi padre la dijo:

“Ya es tarde. Hay otra niña en idénticas circunstancias y mis hijas tienen que ser iguales. Tampoco pienso casarme con la madre de la otra niña, sería injusto para la nuestra, como lo sería casarme contigo para la otra. Mis hijas serán iguales legalmente siempre”. Y agrega Evangelina, "y así ha sido y así figura en mi documentación: "Hija de Enrique y madre desconocida" que ya es gracioso".

“Al llegar a un acuerdo sobre este tema, ella le dijo que se volvería a ir y que quería verme antes.

“-De acuerdo, pero no le digas que eres la madre. La chiquilla vive tranquila y como piensas irte la vas a armar un lío.

“(…) Dos cosas me quedaron grabadas en mi mente infantil de aquella señorita tan simpática. Un paraguas que tenía como mango la cabeza de un perro y (…) que me dejase “registrar” su bolso a mis anchas.

“Diez años después volví a ver a mi madre sabiendo ya que lo era, volví a admirar su belleza, pero pudiendo analizarla, sobre todo su carácter. Era un ser con un sentido del humor tan grande, que una tragedia contada por ella se convertía en una juerga haciéndote reír a carcajadas.

“Tenía una capacidad de simpatía tan grande que con una sonrisa se ganaba a quien quisiera. No hay pasión de hija en todo esto, pues realmente la vi sólo dos veces en la vida, y la segunda que conviví con ella un mes, salimos tarifando, teníamos los caracteres muy parecidos y chocamos. Es justicia, sólo justicia…”

“Vino en muchas revistas fotografiada, porque aparte de haber tenido un éxito como cantante en la Argentina con el famoso trío, también lo había obtenido con un libro de poemas que escribió por aquella época. (…) Más tarde (en 1941) cuando tenía yo quince años ya, hizo una temporada de entrevistas para “Primer Plano” firmadas por Josefina Peña, hasta que se marchó a Brasil donde adquirió gran nombre como retratista. (…)”.

 

Enrique Jardiel Poncela, uno de los mejores humoristas de todas las latitudes, fue un escritor y dramaturgo español, nacido en Madrid el 15 de octubre de 1901 y fallecido en la misma ciudad el 18 de febrero de 1952 (a los cincuenta años y cuatro meses). Enrique Jardiel murió en la pobreza, casi olvidado, pero en la actualidad su obra ha sido revalorizada al punto de citársela como de las más enjundiosas que se hayan escrito en el humorismo durante el siglo XX. Sus padres fueron Marcelina Poncela y Enrique Jardiel. El escritor adoptó ambos apellidos, para diferenciarse de su padre, de igual nombre y quien también escribía.

 

Su hija Evangelina asegura que Enrique “tuvo dos amores, uno tan grande como el otro: Las mujeres y el Teatro. Los dos le dieron mucha alegría y mucho sufrimiento.

“En el Teatro no le hicieron sufrir las envidias, las críticas… Le hizo sufrir el Teatro, porque era un enamorado de él; y quiso transformarlo en el arte que siempre había sido, pero se encontró solo. No le entendieron. Nunca le entendieron porque hablaba un idioma que desconocían”.

 

El público, en general, lo seguía fielmente, pero los críticos se ensañaban cada vez más con una obra que no estaban capacitados para juzgar. Ganó dinero y también lo perdió cuando quiso hacerse empresario de sus obras. Viajó mucho, realizó una película en Hollywood (“Angelina”).

Su obra, relacionada con el teatro del absurdo, se alejó del humor tradicional acercándose a otro más intelectual, inverosímil e ilógico, rompiendo así con el naturalismo tradicional imperante en el teatro español. Esto le supuso ser atacado por una gran parte de la crítica de su tiempo, ya que su humor hería los sentimientos más sensibles y abría un abanico de posibilidades cómicas que no siempre eran bien entendidas. A esto hay que sumar sus posteriores problemas con la censura franquista. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la actualidad, habiéndose rodado además numerosas películas basadas en ellas.

Su vida estuvo ligada totalmente al mundo del teatro y llena de altibajos de dinero y éxitos. Desde muy temprano no volvió a colaborar con nadie, en la creación de obras. Nunca perteneció a ningún sindicato, grupo, sociedad, círculo o asociación de tipo alguno. Fue totalmente individualista en su vida y en sus ideas. Fue tan exitoso que fue plagiado sin compasión por autores españoles, ingleses y franceses (entre ellos Miguel Mihura, Alfonso Paso, Jean Anouilh, Noel Coward, M. J. Farrell y A. J. Perry).

Al inicio de la década del 40, durante un viaje que efectuó en esos años a España el cantante mexicano Jorge Negrete, le preguntaron en una entrevista en Radio Nacional cuál era el motivo principal de su visita.  –Tengo dos motivos- respondió el conocido cantante: visitar la Madre Patria y conocer personalmente a Jardiel Poncela. Se necesita tener la personalidad de Jardiel Poncela para decirle NO, al humorista y actor mexicano Cantinflas, quien le propuso en 1947 que hiciera guiones para él. Jardiel Poncela contestó que él no sabía escribir para una personalidad determinada y tan concreta como era la suya.

Jardiel Poncela escribió siempre, aunque en sus  inicios se perfilaba para ser un autor “serio” y no el humorista que resultó siendo. El comienzo de su fama se produjo cuando colaboraba en revistas de la época, como “Buen Humor”. En 1927 publicó “Amor se escribe sin hache”, su primera novela. Luego, en pocos años, escribiría tres novelas más “¡Espérame en Siberia, vida mía!”, “Pero... ¿hubo alguna vez once mil vírgenes?” y “La tourneé de Dios”, ésta última en 1932. Muy joven abandonó la novela, en la que brilló y se dedicó, casi exclusivamente, a escribir para el teatro, género en el que logró grandes éxitos, como “Eloísa está debajo de un almendro”, o “Un marido de ida y vuelta”.

 

Su hija Evangelina (psicóloga clínica) en la biografía que escribió sobre su padre dice sobre su final:”Se fue sin temer a su “enemiga”, como llamaba a la muerte. Se fue en busca de su madre.

“Se fue cansado de sufrir, había sufrido mucho, física y moralmente. Se fue en paz consigo mismo, sin un renuncio, porque fue fiel a sus ideas hasta el final. Hasta el último momento fue el Jardiel de siempre.

“El 17 de febrero, el médico le inyectó para que descansara, para que durmiese, no se despertó más, del sueño pasó a la marcha definitiva la mañana del 18. No había cumplido 51 años. (…)”

 

Su nieto Enrique Gallud (doctor en filología hispánica), en la biografía que escribió sobre su abuelo dice sobre el final de Jardiel Poncela: “El entierro fue un acontecimiento en Madrid (…). Lo más importante es que vivió, que la suya fue una vida digna y plena, una vida bien aprovechada en lo humano y en lo artístico. En último extremo –diría-, la vida misma es su propia justificación:

“Y en tanto el barco avanza hacia la opuesta orilla,

hacia la última orilla, hacia la orilla triste;

pero ¿Y eso qué importa, si al existir se existe,

y la existencia en sí ya es una maravilla?”

Y se fue, cuanto más se le conoce, más se le aprecia, como lo puede demostrar la infinidad de lectores y espectadores entusiastas en España y en toda Hispanoamérica. Esto no es sino justo, pues Jardiel dedicó su obra y sus esfuerzos a alegrar a sus semejantes, y la risa es lo más sano, lo más bueno, lo que más se parece a la felicidad”.

 

El escritor español Ricardo Bada dijo sobre este genio del humor: “Cosa triste es, muy triste, pensar que Jardiel murió ninguneado por una sociedad a la que había entregado lo mejor de su inteligencia y de su inmensa capacidad de trabajo. Cuando falleció en Madrid, a la temprana edad de cincuenta años, cuatro meses y tres días, su esquela fúnebre hubiese podido expresar, con absoluta certeza, que la causa de su muerte fueron el desánimo, y quizás la rabia, frente a una incomprensión analfabeta sumada a la envidia más repugnante.

“Los que debemos a Jardiel Poncela algunas de las pocas horas de diversión desternillante (…), conservaremos siempre, de él, un recuerdo agradecido por tanta risa, tanto horizonte abierto, tanta sanidad mental como supo transmitirnos.

“Todos cometemos errores. El suyo fue fatal: en vez de exiliarse a Colombia, a México, a la Argentina, donde lo habrían recibido con los brazos abiertos, Jardiel Poncela eligió querer seguir haciendo reír a un pueblo tan genéticamente negado para el humor como lo era (ojalá no lo siga siendo) el español. Lo pagó muy caro (…): con la vida”.

 

El reconocido periodista y escritor español César González Ruano escribió sobre Enrique Jardiel Poncela, el día de su muerte (en el diario “Arriba”): “Agotado y casi eclipsado, disminuido por un bosque de espaldas, cuando mejor indiferentes, Enrique Jardiel Poncela entra hoy por derecho propio en la Plaza Mayor del Recuerdo, ocupando, con su mínimo volumen, el caballo de la estatua ecuestre que le corresponde en la historia de nuestra literatura española como el humorista más completo que nuestro siglo ha dado”.

 

Y en el diario “La Vanguardia Española”, el mismo González Ruano enfatizó:

La mañana de hoy, lunes, 18 de febrero, en que escribo estas líneas trajo la infausta nueva de la muerte del escritor y comediógrafo Enrique Jardiel Poncela, ocurrida en este mismo suelo de Madrid donde su mínima figura física y su general simpatía humana eran tan populares.

“(…). Las últimas veces que vi a Jardiel fueron en la mañana y en la tarde del último sábado y comprendí que nunca más volvería a verle. (…) y he aquí que el amigo de los años inolvidables nos ha dejado, después de una larga despedida de una vida tan sin alicientes para él, que el observador menos sutil que le hubiera visto habría comprendido que nada podía ya retenerle. Muere, efectivamente, Jardiel Poncela tras unos años de desilusión absoluta que cierran definitivamente el ciclo de una existencia escéptica y desdeñosa para los bienes de la vida. Sólo un temblor religioso le estremeció en aquellos últimos momentos de una tremenda extenuación producida, creo yo, tanto como por un físico agotamiento, como por un moral y voluntario no deseo de continuar entre nosotros.

Tristemente me ha correspondido el ser uno de los últimos y de los pocos amigos suyos que puede dar testimonio de este desaliento, impresionante y terrible, en el que andaba su pobre alma ese sábado cuya fecha se hospeda ya en mi memoria con patética profundidad. Él se negaba a vivir tozuda y estoicamente. Ni medicinas ni médicos, ni bálsamos, materiales ni espirituales pudieron corromper aquella decisión espantable de la que yo puedo dar fidedigno e impresionado testimonio. Es más, la pequeña alegría que mi presencia pareció darle por la mañana, se enturbió en una evidente repulsa cuando sospechó por la tarde que yo quería oponerme a aquel destino por él elegido y aceptado. Las últimas palabras que Enrique me dijo fueron estas:

—Márchate... Me fastidias... Me fastidiáis todos... Vete y llévate a tu amigo.

 “(…) Por eso me desorientó enormemente ese estremecimiento religioso que, sin duda, dulcificó sus últimos momentos. Pero la religión esta vez para Enrique no era un camino de esperanza en esta tierra, ni a ella debió pedirle nada en lo referente a ese pobre cuerpo que apenas existía ya en aquel tremendo sábado que no se me olvidará nunca.

“Deja Jardiel Poncela una evidente obra que, aparte de sus muchos valores en sí, tiene un valor en la historia de la literatura nacional de nuestro siglo. Epígono tardío de aquella literatura cómica llamada en España festiva, él, mejor que nadie, fue el precursor de una línea de humor absolutamente contemporáneo y que, ajena a nuestras Letras, tenía, sin  embargo, mucho que ver con una tradición latina y aun española. (…) Si sus novelas tienen un claro interés, es evidente que Jardiel fue el único autor teatral en su género con vigencia y éxito en los escenarios nacionales. 

 “En los últimos años, la Vida no le trató bien. Por unas causas o por otras lo cierto es que su aguda sensibilidad padeció el despego y el olvido de las gentes que él consideraba como más seguras y afectas. La tremenda decadencia física a la que él se había abandonado, había eclipsado los venturosos días del éxito y puede decirse, esta vez sin exageración, que Enrique Jardiel Poncela era un auténtico muerto al que, un extraño destino le permitió la suprema y rara condición de sobrevivir sólo para darse cuenta de aquellas terribles verdades que la suprema misericordia de Dios suele evitar a los hombres. Desde un profundo olvido, repito que voluntario, él quiso asistir al ocaso de días de esplendor que entonces no parecían tener atardecer posible.

“Estoica y duramente Jardiel nos deja porque su voluntad no nos quería de ninguna manera acompañar. La muerte hará crecer sobre el hueco que deja entre nosotros su mínima figurilla humana, los laureles que a última hora le regateó la vida con una crueldad y una voluntad que sólo ahora comprendemos del todo”.

 

Capítulo 3: Jardiel Poncela y amores que le hicieron sufrir

 

DIFUSIÓN

Eduardo Castillo (colombiano)

“Ya el otoño llegó, y aún busco aquella

novia lejana cuyo cuerpo leve

es un lampo de rosas y de nieve

en que embrujada se quedó una estrella.

“Y aunque no pude ni encontrar su huella,

y los inviernos de la vida en breve

escarcharán mi sien, algo me mueve

a seguir caminando en busca de ella.

“Mas pienso a veces que quizás no existe

y que jamás sobre la tierra triste

podré con ella celebrar mis bodas,

“o que este loco afán en que me abraso

la busca en una sola, cuando acaso

se halla dispersa y difundida en todas”.

 

 

 

 

La hija de Enrique, Evangelina, dice que su padre era muy celoso y que:Fue un gran mujeriego pero quiso intensamente a dos mujeres. Una: mi madre (Josefina Peñalver). ¿La otra? el gran amor del que estoy hablando. Carmina (Baus).

Dos mujeres, por cierto, muy parecidas. Las dos de una gran personalidad; las dos valientes para enfrentarse con la vida; muy decididas, muy graciosas y muy inteligentes.

“Hubo muchas mujeres en la vida de Jardiel pero mujeres que no le marcaron, que no dejaron huella…”

 

En general, a Jardiel Poncela nunca le atrajeron las muchachas honestas y sencillas, ni para la vida ni para sus obras. Tuvo  siempre muchísimas relaciones sentimentales, todas muy femeninas pero nunca le atrajeron las excesivamente intelectuales: “Nunca he sentido el impulso de casarme con doña Emilia Pardo Bazán”.

 

Y aún cuando vivió con su compañera inseparable Carmen Sánchez Labajos (lo cual sucedió a partir de 1931 y hasta el final de sus días) no dejó siempre de tener otros amores, entre ellos la actriz Carmina Baus, quien lo abandonó en Buenos Aires, en la gira de 1944, por un boxeador exitoso.

 

Carmen Sánchez Labajos fue para Enrique madre, esposa, amiga, compañera, musa y crítico. De ella se dice en una cronología del escritor que la conoció en 1931, en La Granja de San Ildefonso (Segovia), que pronto y hasta el final de sus días será su fiel y segura compañía sentimental. De esta relación nacerá la segunda hija de Enrique, Mary Luz. De ella dice Evangelina Jardiel Poncela: “Era una persona muy buena, muy tierna. No fue un flechazo por parte de Jardiel, ni un gran amor al principio, pero luego fue para él la compañera necesaria en los momentos bajos. Fue quien le acompañó siempre que la necesitó, fue la mujer que más le amó profundamente. Fue, en fin, la mujer que estuvo con él hasta que se fue”. Y también a ella aludía José López Rubio cuando escribió: “Y no es que faltase en su vida y en su muerte, para lo bueno y para lo malo, para la salud y para la enfermedad, la mujer completamente distinta, callada, suave, dulce, resignada”.

 

En palabras de Evangelina, Enrique “fue un padre sensacional, es de lo único que puedo hablar con conocimiento directo de causa. (…)

“Antes de morir, nos dijo a Mary Luz y a mí que tenía dos hijos, desconocidos para nosotras (…) Creo que ignoran que son hijos de Jardiel. Sé que uno es catalán y el otro mexicano y que se llaman Enrique y Mario, me lo dijo él. En realidad de este asunto sólo sé lo que nos dijo y lo que dejó él escrito en su carta a Altabella sobre su mujer interior:

“En 1926 vino la tercera experiencia, una maravillosa mujer (…) Cerca de tres años de idilio, una hija (que ahora tiene diecinueve años) (…) A finales de 1931, la siguiente experiencia me dio el segundo hijo, un niño cuya existencia no conoce nadie porque se lo llevó su madre y le ha alejado del mundo en un rincón de la Cataluña pirenaica, va a cumplir dieciséis años. (…) Hubo otra experiencia, una muchacha dulce y suave (…) llevaba en las entrañas el germen del tercer hijo, una niña que ahora tiene catorce años.  En 1934 otra vez América, el cuarto hijo, otro varón”.

 

Evangelina deja, además, unas líneas reveladoras sobre cierta obsesión de su padre: Pasó su vida buscando una mujer ideal que no encontró, esto le hizo sufrir mucho, (…) buscar una “mujer ideal” que sólo existía en su mente y que no encontró jamás.

El mismo llegó a comprender que siendo un hombre con tanto atractivo para las mujeres aquello no era normal. Aquel ansia suya por encontrar su mujer prefabricada por su yo más íntimo, y que en realidad no podía existir.

 

En realidad, no hace más que repetir lo que Jardiel Poncela  le confiara a un periodista: “…deseo y quiero desde la adolescencia a una “mujer interior” (…) mi mujer interior, en la que hay un complejo de Edipo clarísimo, pues buscándola a ella no hacía otra cosa que buscar a mi madre”.

 

El libro tiene muchas otras líneas reveladoras de  esa obsesión de Jardiel Poncela: “La noche que le enterramos fuimos mi hermana, su madre y yo las que (…) quemamos en la lumbre del fogón aquellas fotografías y aquellas cartas que eran testigo silencioso de su búsqueda constante de “su mujer interior” y, sobre todo, prueba fehaciente de sus éxitos amorosos (…)

 “Ramón Gómez de la Serna (…) escribía un párrafo muy interesante para empezar la historia del último gran amor de mi padre: Carmina, su última ilusión.

“… a sus hermanas les debo una confidencia que recibí en carta de su puño y letra fechada el ocho de marzo de 1949 refiriéndose a su vida durante los años 45, 46, 47, 48 y los comienzos del 49. Dice textualmente:

“En estos cuatro años y pico la vida mía sólo ha sido un sufrimiento desarrollándose día a día, como una boquina de papel continuo. Ya, ahí, en Buenos Aires, había empezado poco de llegar mi sufrimiento, la causa ya la supondrá: una mujer.

“Por ese sufrimiento, nacido entonces, no quise hablarle entonces de eso y no le hablaré nunca; porque usted sabe ya todas las réplicas de uno y otro interlocutor en esa clase de diálogos. ¿Y para qué hablar de lo que está hablando desde el primer albor humano? Hoy, ahora, aludo a ese asunto como aclaración a mi silencio epistolar de los cuatro años transcurridos, pues ya lo sabe usted, también , también esos sufrimientos morales con la razón de toda pérdida de salud y a lo largo de esos cuatro años he sido un enfermo constante de varias cosas… En suma no he levantado cabeza en lo físico en todo ese tiempo y en lo literario no he hecho más que trabajar para comer. Ya se imagina, igualmente mi infierno ¿verdad? Pues ni una palabra más”.

 

Sobre este mismo asunto, continua diciendo Angelina: “Unos meses después de su vuelta de Buenos Aires, una mañana sentados en la terraza del desaparecido café Marfil en la calle de Alcalá, me dijo mi padre:

“- No me importaba nada, ni vosotras. Si hubiere aceptado me hubiera casado con ella”.

 

Más adelante dice Angelina: “A ella la traté después; era bellísima y muy graciosa, (…) … me contó como Jardiel la tuvo cuatro meses metida en casa cosiendo. (…) “… y pasaba las horas muertas mirándome coser sentado frente de mí. El caso era que no saliese de casa, como era tan celoso”.

“A Carmina, ese último amor de Jardiel, la volví a ver después de su marcha y me dio las fotos y cartas que conservaba de él, porque según ella, debía tenerlas yo.

“Jardiel recordó mucho en sus últimos días a aquella mujer magnífica. (…)

“Carmina le inspiró su comedia Agua, aceite y gasolina que escribió en 1946, la comedia, en realidad es biográfica 100 por 100 (…)

“A su último gran amor no le dedicó ningún libro pero basta Agua, aceite y gasolina, la comedia que ella le inspiró. (…)

 

En la comedia “Agua, aceite y gasolina”, el protagonista entra un estado cercano a la locura, tras ser traicionado por su amante, con la que tenía planeado fugarse y que no aparece en la cita prefijada para la fuga en una gasolinera. Preocupados por el comportamiento del protagonista, sus amigos consultan a un médico, el cual sugiere, como solución, que una muchacha semi-analfabeta se haga pasar por la refinada amante ante los ojos del protagonista debido a su enorme parecido físico, y éste pueda así recuperar la cordura.

 

Y sigue Evangelina: “…de este último amor fui testigo silencioso. (…) la admiré por elegante y discreta. Me sentí atraído por ella, sentí un cariño especial. No he podido olvidar la desbordante alegría de mi padre, lo feliz que lo vi. Quizá por eso la quise, porque ella era la causa de esa felicidad.

“Carmina no era actriz, pero él la metió en su Compañía para llevársela a América con él. Allí fue el rompimiento (…) Volvió a España derrotado, no por asuntos de trabajo, no, por aquel amor que se quedó en la Argentina. (…) era como si al terminar aquel amor hubiese terminado él también. (…) Y aquel amor terminó porque intervino mucha gente, demasiada gente… cuando al fin y a la postre era asunto de dos… pero ella levantaba muchas envidias, era muy guapa, tenía mucha personalidad. (…)

“El caso de mi madre se repetía de nuevo; también entonces intervino demasiada gente en él… también molestó entonces su belleza, su personalidad. (…) …no fue Jardiel el que renunció a sus dos grandes amores , fueron ellas las que renunciaron. Las dos eran orgullosas para aguantar tantas mezquindades … de otros, de gente ajena a la pareja. Ocurrió igual en los dos casos (…).

“En la dedicatoria de Amor se escribe sin hache, que Jardiel hizo a mi madre, entre otras cosas dice: “En compensación a cuanto la hice sufrir, como recuerdo de los años felices que vimos amanecer juntos…” (…)

“Las quiso y las hizo sufrir. Las dos me lo contaron, y cuando escuché a Carmina, me pareció oír a mi madre, era el mismo relato que me hiciera un día ella. Y las hizo sufrir porque era un gran celoso (…)

“Fueron sus dos grandes amores. Uno acabó en 1928, el otro en 1944. Sí, de las dos estuvo muy enamorado, el amor que duró hasta la muerte fue el último (…)  y porque quizá fue gran y único amor. Sería cosa de estudiar psicológicamente estos dos amores que, por sus puntos de contacto tan parecidos, pienso que uno es continuación del otro. (…) … pero sin olvidar el amor de Carmen, la que estuvo siempre a su lado y sufrió tanto junto a él (…)  Con Carmen fue muy injusto. Carmen, su compañera dulce, callada, silenciosa, y creo que por ser así estuvo con ella veinte años (…)”.

 

Capítulo 4: JARDIEL PONCELA, dos giras a Buenos Aires y la verdad de lo sucedido en la de 1944

 

Entre 1937 y 1938 Enrique Jardiel Poncela estuvo en Buenos Aires y trabajó en cine y radio. Estuvo alojado en un apartamento alquilado situado en la calle Esmeralda 582, 8°, apartamento 30.

 

Su nieto Enrique Gallud Jardiel dice, respecto a esta primera gira, que en ella “dio varias charlas en Radio Rivadavia y preparó diversos materiales. Lo más interesante fue su adaptación al cine de su comedia “Margarita, Armando y su padre”, para la Lumiton, de Buenos Aires, de la que hizo el guión técnico y los diálogos. Con ella añadió otra valiosa contribución jardielesca al cine, pues fue la primera película en castellano galardonada en la Bienal de Venecia. (Fue dirigida por Francisco Mujica, con la actuación de Florencio Parravicini y Mecha Ortiz en los papeles protagónicos y estrenada en el cine Monumental de Buenos Aires el 19 de abril de 1939. Una nota del  prestigioso periodista argentino Raimundo Calcagno  Calki al día siguiente del estreno decía: Tiene la formalidad de un film americano, además de un espíritu entre español y parisiense…de destacable calidad”).

 

En una carta de octubre 14/1937, enviada a su hermana Angelina, Jardiel Poncela dice: “…mi éxito aquí ha sido fulminante. En realidad, había triunfado ya antes de venir. Caricaturas, interviús, fotografías en todos los puertos de escala y a la llegada a Buenos Aires. El máximo de éxito. Admiradores todos los días en el hotel, que vienen a comprobar personalmente si soy de carne y hueso y que traen las más variadas proposiciones, desde el simple autógrafo hasta el que pone a mi disposición su yate para visitar los puertos del Sur. Toda esta labor la han hecho los libros y el estreno aquí de la Angelina en cine, considerada ya por ellos como la mejor película americana hablada en castellano pero, sobre todo, los libros, de los que se han vendido miles y miles de ejemplares de ediciones clandestinas hechas en Chile. Nada he cobrado ni cobraré ya de esas ediciones vendidas, pero, en cambio, me han hecho famoso en el país y en el resto, al parecer, del continente. (…)… he tenido en cuanto he llegado proposiciones de trabajo del teatro, del cine y de la Radio (que aquí tiene una importancia colosal). En el acto comprometí el estreno para marzo de Usted tiene ojos de mujer fatal en el teatro Smart, por la compañía León-Perales y de Angelina en el Teatro Cómico, por la compañía de Valeriano León-Aurora Redondo. He ofrecido para abril comedia nueva a la Membrives. En cuanto el Adulterio (Un adulterio decente) tal vez la haga la López Heredia, y el Morirse es un error (que luego sería Cuatro corazones con freno y marcha atrás) posiblemente Ortas. Pero lo seguro son las primeras cosas. He firmado con la casa de cine Lumiton un contrato para una película y he firmado con Radio Rivadavia nueve conferencias que pronunciaré durante el mes de noviembre. La Lumiton me hace además dos opciones a otras dos películas- Ésta es mi actual situación (…), como ves el principio no puede ser mejor. Ahora bien todo está en el aire; es decir, todo depende de mi labor futura. ¿Gustarán las comedias?, ¿acertaré en la radio? ¿concertaré la película próxima? Resumen: Necesito acertar.

“Tengo que trabajar más que nunca y mejor que nunca. Si lo logro el porvenir será fabuloso, superior a cuanto se pueda imaginar, pues aquí hay un dineral a ganar. (…); se espera mi labor con máximo interés; es como un estreno gigantesco (…)”.

 

En la carta de noviembre 22/1937, Enrique asegura que “Todo marcha bien. La radio ha sido un éxito grande, también me ha dado y me está dando muchísimo trabajo pues son dos conferencias  de media hora a la semana, martes y viernes a las 9 ½ de la noche (…). Por ahora no quiero firmar más contratos de Radio, aunque me los ofrecen”.

 

Dice Evangelina Jardiel Poncela, ( ob. cit) , que “A principios de 1938, mi padre piaba por volver a España (…), el recuerdo de España se interponía y “tenía” que venirse; era algo superior a él mismo, contra sus intereses y contra Carmen (su mujer Carmen Sánchez Labajos) que le aconsejaba seguir allí”. Y afirma Evangelina que, por volver a España, dejó solo en palabras la solicitud que le había hecho el barítono español Luis Sagi-Vela para que le hiciera una opereta.

 

Y en cuanto a lo vivido en el viaje de 1944, Jardiel Poncela hace comentarios en algunas de sus cartas, enviadas desde Buenos Aires:

Carta del 2 de abril de 1944:

“(…) Como sabréis por las crónicas de Miquelarena y Gongora, publicadas en ABC y YA, el debut constituyó un franco éxito, tanto la comedia como la Compañía y como la charla previa que yo hice, y que he repetido a diario hasta hoy inclusive, en la cual, entre bromas y veras hice el resumen de las luchas teatrales de España y de los propósitos que me traen aquí.

“Al estreno y debut vino lo mejor de aquí, singularmente del mundo artístico con (Gregorio) Martínez Sierra a la cabeza (…) De cine y radio ya ha habido algunas conversaciones, pero sin que hayamos llegado todavía a nada concreto”.

 

Carta del 5 de septiembre de 1944:

“(…) he llegado a la conclusión que debo seguir siendo empresario además de autor. (…)

“Mañana miércoles nos despedimos de aquí con la representación de la Primavera y un fin de fiesta a cargo de los primeros actores argentinos que me hacen la gentileza de venir a actuar como despedida: Enrique Muiño, Serrano, la Guzmán y De Rosas. Pasado embarcamos por la noche; llegamos por la mañana a Montevideo y debutaremos por la noche en el teatro Artigas. Qué Dios nos dé suerte”.

 

De acuerdo a lo dicho por su hija Evangelina y por su nieto Enrique, en las biografías que escribieron sobre su padre y abuelo respectivamente, en este viaje de 1944, a Buenos Aires, se juntaron en la vida de Jardiel Poncela circunstancias personales (la muerte de su padre y el abandono de su compañera sentimental del momento Carmelina Baus –persona diferente a su cónyuge Carmen Sánchez Labajos-), circunstancias políticas (el rechazo de los exilados republicanos en Argentina y Uruguay, pues lo tildaban –sin serlo- de falangista) más circunstancias en Argentina, de tipo nacionalista y proteccionista (un boicot con contra de Jardiel Poncela, que la hija se lo atribuye a Lola Membrives y a su marido y representante Juan Reforzo, empresario del Teatro Cómico de Buenos Aires), pues todo indica que en esos momentos, en el teatro, como en el cine argentinos acentuaban cierto matiz nacionalista, autárquico y proteccionista y, además, al parecer no le fue fácil en aquella época a Jardiel Poncela hacerse perdonar la insolencia de desembarcar con toda una compañía española para hacer sólo repertorio español, con una empresa española...

 

Agrega Evangelina que “en realidad ese año 1944 fue un año nefasto para él. Además de todo lo comentado del viaje, nos dejó su padre mientras él esta en la Argentina, muerte que le afectó muchísimo, pues estaban muy unidos: Y en su vida sentimental también le fueron muy mal las cosas”

Volvió desconocido, porque además de los disgustos, los sinsabores, (…), las injusticias, Jardiel volvía enfermo; en el barco, a la vuelta, tuvo los primeros síntomas de una tremenda enfermedad; el cáncer que acabaría con él” (…) “como me contara Carmen. Cuando le vi (…) me encontré con una persona derruida que nada tiene que ver con la que partiera lleno de ilusiones”.

 

Después de la estancia de cinco meses de Jardiel y los suyos en la capital argentina, pasaron a Montevideo, y lo que allí ocurrió es lo que se silenció en España. De regreso, un diario de Santa Cruz de Tenerife, recibió así a Jardiel Poncela: “El señor Jardiel Poncela manifestó que ha realizado una buena temporada en el Teatro Cómico de Buenos Aires, donde estrenó seis obras suyas. (El señor Jardiel Poncela elogió la corriente teatral argentina, citando especialmente las compañías de Paulina Singerman y Enrique de Rosas)”.

 

Por su parte su nieto Enrique Gallud Jardiel en el capítulo “Las Américas y el pesimismo” de su biografía, dice sobre el tema Buenos Aires 1944 que “Los excelentes resultados obtenidos con su compañía de comedias en la temporada de Barcelona le sugirieron la idea de dar a conocer sus obras en la América hispana. Emprendió así su tercera gira, con rumbo a Argentina, donde tenía muchos admiradores. (…)

“Llevaba un grupo numeroso de actores y el repertorio incluía principalmente obras suyas, muy complicadas en lo referente a la escenografía, el vestuario y la utilería”. Y que embarcó para Argentina “con veinticinco personas, dos perros, un pájaro, un automóvil y 6.000 kilogramos de equipaje”. El destino era el teatro Cómico de la capital del Plata. Nada más llegar, Jardiel inaugura la temporada, pronuncia una conferencia sobre su humor y sus propósitos y recalca lo importante que puede ser para él el éxito en la capital argentina. Cita unas palabras de Quevedo, que parecen escritas para este momento:

Tened piedad de mí, que aquí me juego

más que la vida, pues me juego el oro…”

En realidad, queridos amigos míos, en esta noche y en noches sucesivas yo me lo juego todo: desde el honor profesional hasta la vida. Pasando por el oro. Pero sonrío porque confío en tres cosas: en vuestra legendaria y bien probada hospitalidad, en la protección de la Cruz del Sur y en esa otra estrella resplandeciente y sin nombre que guía a todos los que se atreven a algo y que a mí me ha conducido hasta vosotros a través de la ancha incógnita de los mares”.

“La respuesta del público fue excelente. Durante cinco meses, la compañía cosechó grandes éxitos con su repertorio. El autor obtuvo mucho prestigio, pero las finanzas no iban nada más que regular, por los excesivos gastos que suponían los sueldos y las dietas de un elenco tan numeroso.

“Sin embargo esta estancia en Buenos Aires se vio empañada por dos acontecimientos que afectaron mucho a Jardiel. Uno fue la muerte de su padre y el otro fue  “la ruptura con Carmina (Baus), que decidió quedarse en Argentina, abandonando la compañía –y a él- para unirse a un boxeador (…) y él quedó destrozado por ello.

“Le ofrecieron entonces la posibilidad de actuar durante una temporada en el teatro Artigas de Montevideo. Aceptó, sin pararse mucho a pensar en el clima político que se respiraba en Uruguay. Fue un grave error. (…).

“Solo pudieron actuar cinco días, pero no por motivos artísticos, sino políticos. De hecho, durante aquellos cinco días, el teatro tuvo un lleno absoluto y un público entusiasta. (…)”

“En ese mismo año, Jardiel comenzó a sentirse enfermo. Se sometió a pruebas y supo que padecía un cáncer de laringe, de acción lenta, pero, a la larga, incurable. (…).

“Pese a su enfermedad, siguió escribiendo como siempre lo había hecho. Pasó por momentos malos, pero trabajó y mantuvo a su familia con su pluma hasta el fin de sus días”.

 

Capítulo 5: “CANCIÓN PARA UN BREVE FINAL”

 

Esta es la historia de lo que a Enrique Jardiel Poncela le hizo hacer humor ácido con el tango, la cual fue triste o trágica como una letra de tango de aquellas que tan recurridas desde la aparición de Mi Noche Triste, el llamado primer tango canción, que comienza con aquellos famosos versos, ya perdurables:

Percanta que me amuraste

en lo mejor de mi vida

dejándome el alma herida

y espina en el corazón

 

A los pocos años de su estreno, Evangelina Peñalver haría cierta la premonición de Contursi, quien también en otro tango, dejó escrita la queja que, tal vez más castizamente, Enrique Jardiel Poncela haya expresado frente al abandono de ese amor: “no podía conformarme, de que fueras a amurarme, por otro bacán mejor”.

 

BIBLIOGRAFÍA:

BADA, Ricardo, Enrique Jardiel Poncela (*1901- †1952), El Espectador, Bogotá marzo 17/2010

http://blogs.elespectador.com/ricardobada/2010/03/17/enrique-jardiel-poncela-1901-%E2%80%A01952/

CADÍCAMO, Enrique Mis memorias. Editorial Corregidor. Buenos Aires, 1989

CASTILLO, Eduardo,  “Difusión” (poema tomado de su libro “El Árbol que canta” –La hora romántica-, publicado en 1929)

FERNÁNDEZ Lobo, Joaquín, de Gijón Asturias  España, carta de agosto 18/2012, recogida por Ricardo Ostuni

GALLUD Jardiel, Enrique. Enrique Jardiel Poncela, la ajetreada vida de un maestro del humor, Espasa, Madrid, 2001

GONZÁLEZ Ruano, César, artículo en el diario ARRIBA, Madrid, martes 19 de febrero de 1952

GONZÁLEZ Ruano, César, articulo JARDIEL PONCELA, en el diario LA VANGUARDIA ESPAÑOLA, Madrid miércoles 20 de febrero de 1952

http://www.uned.es/centro-investigacion-SELITEN@T/pdf/autobio/I5.pdf

HOMENAJE a Jardiel Poncela, blog

http://gbooks1.melodysoft.com/app?ID=jardiel&DOC=61

JARDIEL PONCELA, Evangelina. Enrique Jardiel Poncela: mi padre, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999

JARDIEL cumple 100 años, blog

http://cvc.cervantes.es/actcult/jardiel/escrito/ruano.htm

JARDIEL en el recuerdo, blog

http://elblogdejardielponcela.blogspot.com/2010/01/josefina-penalver.html

http://elblogdejardielponcela.blogspot.com/2011/12/margarita-armando-y-su-padre-datos.html

MONTERO Padilla, José (de la Universidad Complutense). Humor pasión y drama en la vida de Enrique Jardiel Poncela, ensayo que figura en la obra “Jardiel Poncela, Teatro, Vanguardia y Humor”, edición dirigida por Cristóbal Cuevas García. Anthropos. Málaga, 1993.

PEÑA, Juan Manuel. El Tango en España, El romance de un siglo. Editorial Abrazos, Stuttgart, Alemania, 2010.

 

TANGOS  mencionados A mí no me hablen de tango (José María Contursi-Juan José Paz); Canción para un breve final (Homero Expósito-Armando Pontier); El motivo (Pascual Contursi-Juan Carlos Cobián); Mi noche triste (Pascual Contursi-Samuel Castriota); Triste comedia (Óscar Rubens-Héctor Stamponi).

 

 

 

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