Édmar Castañeda, un arpa llanera en el mundo del latin jazz

 

 

 

El colombiano (bogotano) Édmar Castañeda se ha granjeado un lugar en el mundo del latin jazz, pero a duras penas ha tocado en su tierra natal, Colombia. El próximo 9 de abril del año en curso, el arpa llanera del protegido de Paquito D’Rivera por fin sonará en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá.

 

 

Por: Andrés Bermúdez Liévano

Los miércoles por la noche tenían sabor cubano en Nell’s, un popular bar en el barrio de Chelsea, en Nueva York. Todas las semanas las más renombradas figuras del latin jazz se daban cita en el escenario, mientras músicos menos conocidos cumplían el sueño de sumárseles en unas descargas de música afrocubana que pronto se volvieron legendarias.

Al colombiano Édmar Castañeda (nativo de Bogotá)  le fascinaban esos jam sessions y solía ir cada vez que podía. Una noche, hace exactamente diez años, reunió el coraje para treparse al escenario.

Pero a diferencia de otros músicos en el mundo del jazz, él no tocaba el trombón, ni las congas ni el clarinete. Castañeda se acercó entonces al tresista Nelson González y le dijo que tenía guardada su arpa en el carro.

“¿No tienes algo más pequeño?”, le preguntó González con voz incrédula.

Antes de que el famoso tresista puertorriqueño se pudiera arrepentir, Édmar trajo su arpa llanera y la conectó al amplificador. El joven músico sabía que su instrumento tenía que oírse por encima del ruido ensordecedor de las congas y los timbales para ser tomado en serio. Ya había estudiado con cuidado los arreglos de sonido en el escenario y sabía dónde quería conectarla. Había pensado en todos los detalles para darse esa oportunidad.

Desde ese día, la frase “Traigan al niño del arpa” se volvería común en Nell’s, en La Esquina Habanera y en los demás célebres rumbeaderos latinos de la Gran Manzana.

Impresionados por su bautizo de fuego, varios de los músicos invitaron al bogotano a tocar con ellos en un homenaje al clarinetista y saxofonista cubano Paquito D’Rivera. Al final de la ceremonia la leyenda del jazz latino se acercó al joven arpista y lo invitó a “una fiesta de flautas” en su casa.

Así que la semana siguiente, Castañeda empacó el instrumento en su viejo Subaru y se dirigió a Nueva Jersey. Cuando se abrió la puerta de la casa de Paquito, se topó de frente con la plana mayor de la música latina: Johnny Pacheco, Celia Cruz, Israel “Cachao” López…

Desde ese día de 2001, la carrera de Édmar Castañeda despegó como un cohete. Establecido como una figura respetada dentro del mundo del jazz latino, fusionando en su arpa llanera el jazz con ritmos brasileros, cubanos y colombianos, este músico que hoy tiene 33 años es, sin embargo, un virtual desconocido en su país de origen.

Pero ahora el virtuoso del arpa tendrá su desquite este sábado 9 de abril cuando toque en la Luis Ángel Arango su primer concierto largo en Colombia. Después de Bogotá, Castañeda se presentará en San Andrés, Popayán y —muy apropiadamente— en Villavicencio, cuna del instrumento que lo ha hecho famoso.

Édmar se para detrás del arpa, los pies bien separados. Inclina la caja de resonancia sobre su hombro derecho y arquea el brazo por debajo de ésta. Con su mano izquierda rasguea las cuerdas más largas, produciendo los sonidos bajos. La uña larga y gruesa de su pulgar derecho — “la que paga la renta”, bromea— ataca furiosamente las cuerdas cortas, que emiten notas más agudas. Así, mientras su brazo derecho sirve de bajo y pone el tono de una samba o un joropo, su mano izquierda desata las improvisaciones típicas del jazz.

A Castañeda la música llanera lo cautivó desde que a los ocho años comenzó a bailar en un grupo de joropo en Bogotá. Cuando a los 16 años viajó a Nueva York para reunirse con su padre, un pianista radicado en Long Island, el arpa llanera que le regaló su tía fue una de las pocas pertenencias que llevó consigo. Con tan mala suerte que al llegar, el instrumento tenía un hueco enorme en la parte baja.

Tuvo poco tiempo para llorar por ella. “Llegué un domingo y al día siguiente ya entraba al colegio”, recuerda. Su colegio tenía un programa musical muy fuerte y Édmar comenzó a tocar la trompeta. Descubrió el jazz al mismo tiempo que daba sus primeros pasos con el inglés. Luego, una beca lo llevó a estudiar música en una pequeña universidad de Long Island. Comenzó en el programa de arpa clásica, pero lo abandonó al mes porque era incapaz de acostumbrarse a tocarla. “Tienen que enseñarte todo de cero porque es una técnica diferente”, señala. Así que se quedó con la trompeta.

Édmar pasaba los días en la biblioteca estudiando videos de Dizzy Gillespie y de Ray Barretto, y las noches tocando en los restaurantes españoles Mesón Olé para ganarse la vida. Al principio su repertorio era limitado: 15 canciones, desde clásicos para el arpa llanera como “Moliendo café” o la paraguaya “El pájaro chogüí”, hasta “Guantanamera” y “Bésame mucho”. Con el tiempo comenzó a improvisar boleros, tangos y sones cubanos.

“Al repetir las canciones una y otra vez te aprendes la base y la melodía”, explica. “Así que comencé a improvisar, a transformarlas”. Y así fue cómo aprendió a hacer sonar su instrumento como un bajo.

El día que terminó la universidad abandonó la trompeta para siempre. “Hay muchos trompetistas. ¿Para qué querría competir con ellos?”, dice. Se dedicó entonces por completo al arpa y, de hecho, en una extraña coincidencia, una tarde le robaron la trompeta del carro.

Un día su padre le presentó a Alfredo Valdés hijo, un pianista que en los años dorados de la música latina tocó para Frank “Machito” Grillo, Arsenio Rodríguez y “Cachao”. Fue Valdés el que llevó a Édmar a Nell’s por primera vez y quien le abrió las puertas del mundo del jazz latino. Y fue después de la noche de fiesta en la casa de Paquito D’Rivera que este se convertiría en el padrino de Édmar de ahí en adelante.

“No sé por qué lo invité, si cada vez que lo hago se roba el show”, le dice al público la leyenda cubana siempre que comparten el escenario, una broma que ha repetido ya más de veinte veces. Y es que Paquito está lleno de elogios para su protegido. “Quien sabe lo que habrán platicado aquella noche los dioses andinos con los orichas del África lejana, pero lo cierto es que desde entonces, lo primero que preguntan los rumberos es ¿y dónde está el niño del arpa?”, escribiría el clarinetista años más tarde cuando Édmar lanzó su primer disco.

Cuando Castañeda se dio cuenta que sus toques estaban siendo más que esporádicos, decidió remplazar su trajinada arpa. Le encargó una a un fabricante jubilado, en Bogotá, pero se la pidió con unos cambios muy especiales. Édmar quería que la columna vertical que soporta la tensión de las cuerdas fuese lisa y pulida, sin ninguna arandela. Que en vez de 32 cuerdas su arpa tuviera 34, para así tener una nota alta y una baja demás. Y que los tres huecos circulares en la parte trasera de la caja de resonancia se mantuvieran escondidos a la vista.

“No la quería con huecos para que no se viera tan tradicional”, señala. “Quería que se viera moderna”.

En 2005 Castañeda grabó Cuarto de colores, en el que Paquito D’Rivera toca el clarinete y el saxofón en dos canciones. Hacia el final del proceso de grabación el arpista comenzó a tocar con el percusionista Dave Silliman y el trombón Marshall Gilkes, y esa formación les gustó tanto que hoy siguen juntos. Su esposa Andrea Tierra, una antioqueña a quien conoció durante una lectura de poesía, ahora canta con ellos.

Desde hace cinco años el Trío Édmar Castañeda ha viajado por todo el mundo, tocando con músicos tan diferentes como el pianista español Chano Domínguez, el percusionista boricua Giovanni Hidalgo o el laudista iraquí Naseer Shamma, y abriendo los conciertos de pesos pesados como Wynton Marsalis, Diana Krall y Milton Nascimento.

La cantante mexicana Lila Downs es una de esas músicas a quien el sonido del arpa del bogotano ha cautivado. “Es pionero en lograr un sonido único en el registro grave del arpa”, dice en una entrevista la mexicana, quien lo invitó a tocar en su disco La cantina tras oírlo en un concierto. “Es un virtuoso y tiene un sentido de tiempo muy logrado”, añade.

Hace un año Édmar y su trío lanzaron un segundo álbum, Entre cuerdas, en el que aparecen como invitados el guitarrista John Scofield —colega de Miles Davis en los años ochenta— y el vibrafonista Joe Locke. Entre las canciones sobresale “Colombian Dixie”, una fusión de jazz latino y porro con la que el “niño del arpa” le rinde tributo a Lucho Bermúdez.

La reputación del músico ha crecido, tanto que la casa de arpas francesa Camac, la más prestigiosa del mundo, le regaló una hecha a su medida y ahora se dispone a lanzar al mercado —por primera vez en la historia de esta casa— una línea de arpas llaneras. Sin embargo, el estilo de Castañeda no siempre fue fácil de vender y no sólo porque su instrumento ha sido empleado raras veces para tocar jazz.

“La gente tiene una imagen muy diferente del arpa y de cómo suena”, señala el músico de facciones juveniles. Por un lado, a muchos la clásica les recuerda un ambiente rígido y académico. Y, por el otro, para los amantes del arpa tradicional, su pariente suramericana —traída por los conquistadores españoles y popularizada por los misioneros jesuitas— no es un instrumento serio. “Algo con que divertirse un rato”, le ha oído decir con desdén a la gente.

Antes de ser aclamado en Nueva York, Édmar intentó ponerse en contacto con gente de la escena musical colombiana, pero nunca recibió respuesta. Finalmente, en 2007, un organizador de Ajazzgo lo vio tocar y lo invitó de inmediato al festival de jazz de Cali. Gracias al acuerdo que existe entre los diferentes festivales colombianos, el trío se presentó en Medellín, Barranquilla, Manizales, Bogotá y Palmira. Hace un año el arpista volvió solo a Jazz al Parque, en Bogotá, para tocar con otros 33 músicos colombianos en una big band formada para la ocasión. Pero, después de diez años de carrera, es muy poco lo que Édmar ha tocado en su país natal.

“El sabor y la raíz del joropo están en todo lo que compongo”, señala. “Tomo los rasgueos —la parte recia de esa música— así como algunos sonidos del porro y el currulao, y los mezclo con flamenco y con todo lo que hay en Nueva York”. Y añade con cierta tristeza, “Te vas de Colombia para traer lo que ya estaba ahí”.

Mientras tanto Édmar sigue intentando cosas nuevas. Acaba de terminar la grabación de su tercer disco, “Doble porción”, en el que por primera vez se le mide a hacer jazz latino en un arpa clásica, que aprendió a tocar espontáneamente a lo largo de los años. Le acompañan como invitados especiales el célebre pianista cubano Gonzalo Rubalcaba, el brasilero Hamilton de Holanda con su mandolina, y el puertorriqueño Miguel Zenón con su saxo alto.

Y, por otro lado, prepara la entrada triunfal del arpa llanera en una big band de jazz, con una versión de “Colombian Dixie” que está trabajando con Juancho Valencia, el pianista y líder de Puerto Candelaria.

“Se nos creció el niño del arpa”, dice riendo Paquito D’Rivera en una entrevista por teléfono cuando se entera del regreso de su protegido a su tierra natal. “Édmar es un animal único, un bicho raro, y se merece que su propio pueblo lo reconozca”.

Fuente: Revista Arcadia.com

http://www.revistaarcadia.com/musica/articulo/edmar-castaneda-arpa-llanera-mundo-del-latin-jazz/24689