Juan Flores. 2009. Boogaloo y otros guisos.

Traducción principal y nota introductoria de Juan Otero Garabís.

San Juan: Ediciones Callejón.

 

Por. Carmen Haydée Rivera Vega

Departamento de Inglés Facultad de Humanidades

chrivera@uprrp.edu

Tomado de: Caribbean Studies, vol. 38, núm. 1, enero-junio, 2010, pp. 190-195 Instituto de Estudios del Caribe San Juan, Puerto Rico

 

Como bien señala Juan Otero en las notas de su introducción al libro Boogaloo y otros guisos, Juan Flores realmente no necesita presentación para los que nos hemos iniciado en los estudios puertorriqueños. Sus investigaciones y publicaciones son fundacionales en nuestro acercamiento a este campo de estudio tan rico, variado y en constante evolución. Sin embargo, leer y analizar la traducción que edita Otero de los ensayos de Flores trae también sus retos particulares. No tan sólo estamos ante la disyuntiva de leer los ensayos críticos en español, un leve desafío para aquellos que estamos acostumbrados a leerlos en inglés, sino que también implica condensar una gestión investigativa de más de dos décadas en un solo tomo con diversas propuestas y argumentos críticos sustanciales. Los ensayos fueron originalmente publicados en un período de diez años (entre el 1997 y el 2007), aunque sus ideas se fueron cuajando mucho antes en una especie de ingenioso guiso intelectual, transnacional y polifacético que Flores sigue sazonando y cocinando a través de los años hasta el presente. Entonces, esta nueva pero familiar propuesta de Boogaloo y otros guisos necesitaba darse en español, como bien señala Juan Otero, más allá de valoraciones de “voces correctas” o cuestionamientos de los “gate-keepers” de la lengua, para profundizar más y comprender mejor las experiencias culturales de los migrantes puertorriqueños en ambas direcciones.

Los trece ensayos que presenta esta colección traducidos mayormente por Otero, pero que también incluyen traducciones de Priscila Parilla-Jacobs, Carmen Dolores Hernández, Jorge Duany y el propio Juan Flores, tienen, a mi entender, tres denominadores comunes: la música, la identidad nacional y el movimiento migratorio en ambas direcciones de puertorriqueños de aquí y de allá. Desde estos tres preceptos, Flores entreteje y armoniza un recuento histórico-cultural y social que cuestiona simples clasificaciones, nomenclaturas y posicionamientos políticos. Profundiza sobre temas raciales y culturales; de género y de clase; de migraciones y asentamientos; de retornos y aportaciones; de movimientos artísticos, derechos civiles y activismo social; hasta la relación entre los estudios germánicos y los puertorriqueños. Los ensayos presentan perspectivas críticas y teóricas pero también vivencias personales que han nutrido la variada propuesta de Flores, producto de sus grados universitarios, su vida en ambos extremos costeros de los Estados Unidos, sus “sojourns” en Puerto Rico y su compromiso con el desarrollo de los estudios puertorriqueños.

El primer ensayo, “Chachachá con un backbeat: Canciones e historias del boogaloo”, presenta un recuento histórico y discográfico del breve período en que reinó el boogaloo en la comunidad latina en Nueva York (entre el 1966-1968). Especifica la función social del boogaloo como una colaboración de afroamericanos y puertorriqueños, quienes a menudo alternaban en las tarimas de los mismos clubes. Detalla las diferentes vertientes musicales que influyen y en gran medida dan paso a este fugaz pero importante ritmo: el guaguancó, el son y la guaracha afrocubanas entrelazados con el bebop, cubop, y el rhythm and blues, así como el jump blues, doo-wop, funk y soul latino. El efecto era una celebración colectiva donde se opta por una solidaridad de convivencia marcada por las luchas de los derechos civiles y la adultez de la primera generación de puertorriqueños nacidos y criados en Nueva York. Presenta los máximos exponentes del género (como Richie Ray y Joe Cuba, entre otros) así como sus máximos detractores (como Eddie Palmieri y Tito Puente). Estos últimos, a pesar de su rechazo y descontento con el apoderamiento del boogaloo, también hicieron importantes contribuciones al género. En el mundo del músico del boogaloo existían dos lenguajes musicales: por un lado, la herencia cultural y familiar que incluía el español y por otro lado, la vida en las calles y en las escuelas dominada por el inglés. El resultado fue una lírica mayormente escrita en inglés con ritmos afrocubanos y afroamericanos, en otras palabras “chachachá with a backbeat”, la acertada descripción de Henry Lee (Pucho) Brown, el timbalero afroamericano de la banda The Latin Soul Brothers. Concluye que, aunque el boogaloo haya muerto, el soul latino sigue vivo en los múltiples intérpretes que vinieron después y en los “remakes” de músicos más contemporáneos como Carlos Santana, Tito Nieves y Poncho Sánchez, entre otros.

Tres ensayos recogen el tema de la música y de las artes dentro de un marco teórico centrado en discusiones raciales y de clase. El primer ensayo, “Islas en clave: los latinos caribeños en perspectiva histórica”, enfoca la vida de Pedro Ortiz Dávila (Davilita), un latino negro caribeño nacido en Puerto Rico y criado en Nueva York quien intenta unir tres islas caribeñas (Cuba, Puerto Rico y República Dominicana) en su famosa canción “Son Tres” al expresar una afinidad cultural y un sentido de solidaridad y orgullo por las luchas libertarias de los líderes nacionales de cada país. Flores delinea la interacción social entre los afro-antillanos y las experiencias de racismo y exclusión sufridas por figuras como Davilita, Arturo Alfonso Schomburg y Jesús Colón que se asemejan a las experiencias de otros grupos minoritarios como los afro-americanos, nativos y asiático americanos. A pesar de las diferencias existentes, Flores pronostica que se pueden reconocer nuevas bases para el acercamiento y la unidad a lo largo de la polémica fila étnica en E.U. y que la música sigue siendo un importante ingrediente de estas nuevas bases.

El segundo artículo, “Cultura afro-latina en los Estados Unidos”, se concentra en resaltar importantes figuras afro-latinas y sus contribuciones al desarrollo de la nación desde el siglo XVI. Comienza la discusión con la figura de Estebanico, el primer personaje histórico negro que acompañó a Cabeza de Vaca durante sus exploraciones en el nuevo mundo. Traza los orígenes hispanos caribeños de los afro-latinos en la industria del tabaco en la Florida y luego en Nueva York hasta los que sintieron los embates discriminatorios de la era del Jim Crow y los participantes en las diferentes luchas civiles dentro y fuera de territorio americano. Nuevamente resalta las figuras de Schomburg y Colón al igual que la de otros escritores como Piri Thomas y los poetas Nuyorican (como Pietri, Esteves, Hernández Cruz, Perdomo, Laviera). Éstos presentan la paradoja negro-latina y la lucha por afirmar ambas identidades. Concluye con la importante contribución e influencia de la música afrocubana y afro-latina en el desarrollo de un lenguaje musical distintivamente americano como lo son el jazz, el hip hop y el rap, entre otros.

El tercer ensayo, “Triple consciencia: afro-latinos en la línea de color” narra como la experiencia afro-latina se excluye de las discusiones sobre “la nueva diversidad de las Américas negras”. Flores insiste en que la atención a la diversidad negra necesita ser reevaluada para auscultar cuáles son las circunstancias que propician tales clasificaciones (entre ellas, el bagaje de racismo en sus países de origen). Utilizando los planteamientos discursivos de W.E.B. DuBois en su famoso libro The Souls of Black Folk, Flores cuestiona si el problema del afro-latino en E.U. se podría ver como una “triple consciencia”, una disyuntiva entre ser negro, americano y caribeño con todo el bagaje transnacional y diaspórico que interviene en el auto-reconocimiento y la autodefinición. Me parece muy interesante y necesaria lo que Flores llama una visión global más integral de la raza y de las especificaciones y complejidades internas dentro de cada grupo a la luz de la transnacionalización de la experiencia social.

Los ensayos “Creolité en el barrio: la diáspora como fuente y desafío”, “La diáspora contraataca: nación y lugar”, “Nueva York: ciudad diásporica”, “Identidades híbridas: la literatura hispana y las tradiciones de los nuyoricans”, y “El imaginario latino: sentidos de comunidad e identidad”, presentan la temática de la identidad nacional y la influencia de la hibridez cultural y lingüística sobre distintas generaciones de puertorriqueños. Estas discusiones se presentan dentro de un contexto tri-direccional de estudios latinos con dimensiones encapsuladas en los prefijos “trans”, “pan,” e “intra” nacional, argumento que también forma parte de su último ensayo autobiográfico “Reclamo de equipaje perdido”. En estos ensayos, Flores retoma los largos y extendidos debates sobre el significado de nomenclaturas (hispano, latino, raza, etc.) para ilustrar la dificultad y hasta peligrosidad de términos que intentan imponer una homogeneidad a una experiencia heterogénea como lo es la de los in/migrantes latinos y caribeños en los E.U. Sostiene que la identidad diaspórica se encuentra en medio de un nuevo tipo de nivel de interacción y fusión cultural sincrética inimaginable en periodos anteriores (lo que Flores llama una especie de creolité) que refleja cambios en las tierras de origen como en los puntos de llegada y asentamiento. Esta nueva experiencia de criollización no significa que lo característico y particular de un grupo se abandone. Tampoco ignora la diversidad de experiencias, costumbres, tradiciones y referencias lingüísticas entre las personas que componen el mosaico latino en los E.U.

Lo que me parece particularmente valioso de la propuesta de Flores es que ve el concepto de latinidad o identidad nacional más como un proceso que como una entidad social concreta y su formación implica constantes interacciones complejas y convergentes con otros grupos no-latinos. Aboga por un “imaginario latino”, a lo Benedict Anderson y otros críticos de estudios postcoloniales, que incluye los países de origen y prácticas culturales como puntos de referencia pero que a su vez albergan un conjunto de valores y realidades impulsadas por una herencia de desplazamientos migratorios, de lucha, de movimientos sociales y de expresión artística que reflejan su propia historia. Además, a través de las remesas sociales, culturales y hasta musicales (tema central de su obra The Diaspora Strikes Back: Caribeño Tales of Learning and Turning, 2009) es que aprenderemos, según Flores, las valiosas lecciones del “transnacionalismo desde abajo” y apreciaremos más la famosa metáfora de la guagua aérea, pero sólo si sacamos el tiempo y hacemos el esfuerzo de viajar round trip.

Los restantes dos ensayos que completan este trabajo se concentran en la obra de Edgardo Rodríguez Juliá, El entierro de Cortijo (1983). “Pueblo, pueblo: la cultura popular en el tiempo” representa uno de los ensayos más teóricos de la colección mientras que “El entierro de Cortijo: crónica y música popular” es uno de los más estructurados e históricamente comprensivos. En el primero, Flores define la cultura popular mediante la distinción entre “cultura baja” (subcultura o cultura marginal) y “cultura alta” (o de la elite). Sus conjeturas sirven para explicar la ironía de que lo socialmente periférico es con frecuencia simbólicamente central. Examina los principales críticos en los debates de la cultura de masas (Dwight MacDonald, Oscar Handlin, Stuart Hall, entre otros) para cuestionar si le queda alguna vida útil al “pueblo” como concepto social y si es posible conectarse con esta práctica cultural, directa y expresiva de la vida cotidiana. Flores afirma que hay una cultura popular definida por las diferencias históricas de exclusión y subordinación y que el campo cultural se convierte en un campo de influencias e interacciones caracterizado por movimientos demográficos transnacionales. Se trata de una travesía y constante transgresión entre clases y sectores sociales. No obstante, concluye que la cultura popular se carga de energía en “momentos de libertad”, en los juegos de poder y en destellos de imaginación colectiva.

El otro artículo presenta un análisis más detallado de El entierro de Cortijo que incluye un recuento de la vida de Rafael Cortijo como de la vida del propio Rodríguez Juliá. Traza la revolución musical de Cortijo y los cambios históricos que dieron paso a su ascenso y la popularidad de sus éxitos. A su vez, realza la relación compleja entre autor y contexto social que produce, según Flores, “una verdadera ensaladilla de idiomas entrecruzados y registros expresivos [jerga] ... que expresa la vida cotidiana general de la isla, eventos locales, modos de pensamientos corrientes y relaciones políticas y económicas del día a día” (199). Ubica la obra dentro de la “nueva historiografía” que envuelve una revisión de la historia puertorriqueña y que enfatiza las dinámicas raciales y de clase en la formación de la nación.

No menos importante es el último ensayo de la colección, el más autobiográfico de todos, que recoge brevemente su historia personal durante sus años en la universidad de Stanford como profesor principiante en estudios germánicos y su eventual movida a Nueva York y el Centro de Estudios Puertorriqueños en Hunter College. Flores ofrece paralelos interesantes entre ambos campos de estudio que no ve como mutuamente excluyente sino más bien congruentes y entrelazados que sólo es posible en el pensamiento crítico-analítico de una persona como él y su particular peritaje y erudición. Por último, recurre a “la brega” y “la jaibería puertorriqueña” de Arcadio Díaz Quiñones para entender que sus experiencias tanto en los años tumultuosos de Stanford como en su prolongada vivencia en el noreste de los Estados Unidos lo equiparon para entonces comprender “el valor epistémico y político de la identidad”.

En general, esta nueva edición de ensayos traducidos al español es una muy bien lograda selección del trabajo investigativo y los temas principales que ha venido desarrollando Flores a través de su carrera. Es de gran valor para los y las hispanohablantes interesados en los estudios puertorriqueños dentro y fuera del salón de clases. Significa una apertura y diseminación más amplia de los argumentos de Flores que seguramente propiciarán nutridos debates. Sus propuestas forman parte del continuo flujo de ideas, prácticas y sandunguería, en el buen sentido del bugalú, de los puertorriqueños y su diáspora en constante vaivén.

Referencias

Flores, Juan. 2009. The Diaspora Strikes Back: Caribeño Tales from Learning and Turning. Nueva York: Routledge.

Rodríguez Juliá, Edgardo. 1983. El entierro de Cortijo: (6 de octubre de 1982). Río Piedras: Ediciones Huracán.