Un saxo con municiones de sobra

 

 

Eddie Pérez “La Bala”

 

 

Aunque le añade la nota sandunguera a “Los Mulatos del Sabor”, El Gran Combo de Puerto Rico, ese emblemático temblequeo en el hombro izquierdo que distingue al saxofonista Eddie Pérez “La Bala” no es intencional, ni siquiera consciente.

 

 

Por ©Josean Ramos

Tomado del Nuevo Día

Aunque le añade la nota sandunguera a “Los Mulatos del Sabor”, El Gran Combo de Puerto Rico, ese emblemático temblequeo en el hombro izquierdo que distingue al saxofonista Eddie Pérez “La Bala” no es intencional, ni siquiera consciente. Tampoco es parte de un estilo preconcebido para contagiar al público con el sabor de su melodía. O un tic nervioso que responde al gemido del sensual instrumento. Es un simple mecanismo físico para acomodarse el “strap” que sujeta el saxo, cuyo peso ha llevado al hombro desde que era niño.

“Ese meneíto peculiar surgió un día cuando le presté mi ‘strap’ a un compañero músico, con tan mala suerte que lo rompió y me trajo uno que era un plástico hasta la clavícula y un cordón. Me lo puse y cuando estaba tocando, empezó a molestarme el plástico y yo hacía el movimiento ése para quitármelo de ahí, porque era como tener dos clavitos en la clavícula”, recuerda. “Me quedé con ese ‘strap’ y ya el movimiento formó parte de mí”, aclara uno de los fundadores de esta importante institución musical, desde su prehistoria con Cortijo y su Combo.

De niño, Eddie escuchaba al lado de su casa, en la calle Rosario de la Parada 23 en Santurce, los ensayos de una orquesta con un cantante que identificaría años después como Joe Valle, cuyo saxofón enamoró a su padre. Como tributo, su papá lo puso a tomar clases de saxo con un señor de la calle Loíza que le decían míster Del Valle, quien le enseñó la primera digitación del instrumento, nada de notas musicales o teoría, sino a ejecutarlo.

Al pasar de la escuela elemental Padre Rulfo a la intermedia Matienzo Cintrón, formó parte de la banda de míster Andín, donde estudió flauta. Pero no le interesó el sonido y cambió a clarinete.

Un día fueron a tocar a San Juan y por alguna razón el primer clarinetista no pudo ir, y le tocó a Eddie sustituirlo. Ahí le hizo una fermeta (nota que el ejecutante debe sostener hasta que el director decida) y al final míster Andín le pagó medio dólar, su primer sueldo como amateur.

Después estudió en la Escuela Libre de Música, y en la Central High organizó su primera agrupación musical, la Orquesta de la Clase Graduanda del 53, que luego se llamaría “Los Pájaros Locos”. En el ínterin llegó a tocar brevemente con la Orquesta de César Concepción.

Al repasar su prehistoria musical, Eddie recuerda que entonces tocaba barítono con Melitón Maldonado, un instrumento grande y pesado cuya vibración y peso le causaban dolor de cabeza. Graduado ya de la Central High y próximo a iniciar estudios de ingeniería en el Colegio de Mayagüez, una noche, mientras tocaba en una casa de “mujeres alegres”, vino Rafael Cortijo a reclutarlo para un combo que estaba formando.

Eddie aceptó la invitación y tocando aquí y allá con Cortijo y su Combo empezó a ganar dinero; no tanto, pero en su caso, lo suficiente para olvidarse de los estudios y vivir de la música. Hasta se lo pirateaban otros músicos por un fin de semana, para que los acompañara esos tres días en El Escambrón Beach Club, con un sueldo de ocho dólares, que para él era un montón.

De esas primeras presentaciones, recuerda un “t-danzante” que tocaron en el Club Guadalquivir, donde está el Hotel San Juan, cuyos bailarines eran los hermanos Rohena, Roberto y Cuqui. Allí interpretó el famoso tema de Dámaso Pérez Prado “Cherry Pink and Apple Blossom White”, cuyo sensualismo despertó entre la concurrencia los sentidos más primitivos.

A partir de entonces, le esperaban ocho años de viajes y éxitos con Cortijo y su Combo, durante los cuales aportó, además del sonido metálico, su carisma, un estilo peculiar y la voz femenina que distingue el coro. “Esa voz femenina surgió mientras tocábamos en el Black Magic de Miramar, donde había un muchachito, Paquitín, que tocaba congas y hacía un coro muy particular. Cuando se fue del grupo, intenté hacer la voz que él hacía, pero con tan mala suerte (o tan buena para mí) que la hice un octavo más alta y parecía que había una mujer”, recuerda.

 

 

El Combo de Cortijo.

Foto de los archivos de Jaime Jaramillo

 

“Cada vez que iban a ver el Combo de Cortijo, buscaban a la mujer y como no la veían, preguntaban dónde estaba”, añade “La Bala”, cuyo apodo le viene por su extraordinaria velocidad en los “fieldays”. A causa de esa voz ha tenido tropiezos con algunas amigas, que le recriminan no hacerlo con voz de hombre, a lo que él se defiende poniendo la suya más grave de lo usual. Sin embargo, tanto identificó esa voz el coro de Cortijo, que ya con El Gran Combo, cuando pegó fuerte, dejaron de usarla para que no se pareciera al de Cortijo.

Durante esos ocho años, tuvo algunos encontronazos con el estelar percusionista, que le hicieron abandonar la banda en tres ocasiones. La primera vez discutió con Cortijo y se fue del Black Magic decidido a no regresar, pero cuando estaba abordando la guagua, se le acercó el pianista Héctor Urdaneta y lo persuadió a que volviera. Ya la cosa estaba caliente y en la siguiente discusión Eddie se fue de verdad, y se puso a tocar barítono con la Orquesta de Moncho Usera, a la vez que tocaba primer alto con “Los Pájaros Locos”, residuo de la orquesta que había fundado en la Central High, dirigida ahora por Charlie Miró.

“Por suerte, siempre que la agrupación de Charlie daba un ‘show’ en la plaza y coincidía con la Orquesta de Moncho Usera, yo lo que hacía era cambiarme el chaquetón y a tocar barítono con Moncho”, dice Eddie, quien también cantaba en inglés con “Los Pájaros Locos”, aunque no conocía el idioma, porque sólo repetía un estribillo hasta el infinito: “Baby, baby, I like you…”

Así estuvo hasta que el importante promotor de Nueva York Federico Pagani le ofreció un contrato a Cortijo para hacer varias presentaciones en el prestigioso salón de bailes El Palladium, pero condicionado a que Eddie fuera con ellos. Esto propició su regreso al Combo, que ya contaba con otro saxofón, Héctor Santos, además del resto de la tribu, Maelo, Sammy Ayala, Roy Rosario, Martín Quiñones, Rafael Ithier, Kito Vélez y Roberto Rohena. Juntos participaron a diario en “El Show de las 12” que se transmitía por Telemundo, cuando Eddie simulaba sacarse un ojo, se lo tiraba al público y éste se lo devolvía al sonido de “La Bala, bródel, la Bala”.

En El Palladium tocaron con frecuencia y alternaron con las mejores orquestas del momento.

 

 

 

De izq. a der. y de pie, Héctor Santos, Rafael Ithier, Rafel Cortijo, Luis Cruz, Martín Quiñones, Ismael Rivera, Sammy Ayala y Eddie Pérez

Agachados en el mismo orden, Roy Rosario y Rogelio "Kito"Vélez

El Combo de Cortijo en Nueva York

 

“Cuando llegamos a Nueva York, éramos unos atrevidos y alternamos con las orquestas de Tito Rodríguez, Machito y Puente, un grupito de 6 ó 7 gatos; pero como teníamos ese ánimo y deseo de que el público se lo gozara, pegamos”, rememora Eddie. Aunque esta vez permaneció poco tiempo con la banda, “por los problemas que todos conocen y no tienen que sacarlos ahora”, advierte con prudencia.

En cambio, prefiere recordar los momentos de gloria, cuando juntos llevaron la bomba y la plena a los mejores salones de baile, sobre todo, en la Gran Manzana, donde imponían su estilo frente a las grandes orquestas.

Para Eddie, fue muy dolorosa la ruptura con el Combo, porque era como una familia y tenía química con casi todos sus integrantes, en especial, con el trompeta y arreglista Kito Vélez. “Hay un dicho que dice: ‘Ciego que no ve, cuando ve, se vuelve loco’, y esa fama que cogieron Cortijo e Ismael como que les nubló la mente”, dice discreto, intentando explicarse el fenómeno.

Ya después, a instancias de los hermanos Rafael y Guillermo Álvarez Guedes, organizaron El Gran Combo para acompañar a Joseíto Mateo, grupo al que le añadió lo de Puerto Rico el locutor Mariano Artau.

Al principio, algunos fanáticos de Cortijo y su Combo los tildaban de ‘traidores’ y no conseguían sitios para ensayar. “Nos cerraban las puertas y no nos dejaban entrar, pero el paso estaba dado y había que seguir”, afirma, convencido de que el tiempo se encargaría de poner las cosas en su justa perspectiva.

Ya después, a Ithier le dio con abrir su radio de acción y el resto es historia, que le ha permitido a Eddie vivir de lo que más le gusta. Y al cabo de 45 años de intenso peregrinaje musical con El Gran Combo de Puerto Rico, su presencia atrás en el departamento de los metales, con su meneíto sandunguero y su coro singular, sigue siendo uno de los atractivos principales que distingue a la decana de las orquestas.

 

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