De un libro en preparación sobre La Salsa en Barranquilla
Hector “Brujo” Escorcia
sostiene que Radio Kalamary impulsó aquí la música cubana.
V
endedores de discos, como Díaz, Escorcia y Viveros, divulgaron en la ciudad el gusto por la música que se cocinaba en La Habana y Nueva York. Esta es la historia
Por: Adlai Stevenson
Samper
y Rafael Bassi Labarrera
Foto CARLOS SOURDIS
La forma como se divulga el incipiente movimiento de la salsa en Barranquilla
(Colombia) en los años sesenta muestra su evidente
carácter de música marginal consumida por un sector de los estratos populares.
Fue un largo proceso que se inició en los años cuarenta y cincuenta degustando
las sonoridades musicales de Cuba, llegadas desde La Habana. Se rompería
abruptamente con la irrupción en 1959 de la revolución, reemplazándose con la
producción musical desde otra gran plaza de la música afrocubana: la ciudad de
Nueva York.
. . . "Mani Tostao". Uno de los conjuntos más queridos, los Hermanos Lebrón
Pero en esa época no se le llamaba salsa. Para quienes adoptaron de una forma
imprevista el oficio de vendedores de discos y difusores primigenios de la
salsa en Barranquilla, su inventario de música era surtido desde el exterior
por viajeros y vaporinos (siempre al tanto de las novedades del ritmo y el
sabor, para después ser expuestos al público de bailadores en los picos
barriales.
En esos tiempos la denominación oficial de combate era música antillana,
recordando de alguna forma sus orígenes geográficos, aunque está vez eludiendo
el foco principal: Cuba. De todos modos, ya había un intento de crear un
sonido neoyorkino con la presencia adaptada de la pachanga y los gérmenes del
florecimiento del cruce híbrido del boogaloo.
El sonido de Nueva York Invade a Barranquilla
LOS PICÓS Y LA RADIO
Orlando Díaz es uno de esos veteranos vendedores de discos que
hoy atiende su propia librería callejera, en la calle San Blas. Él recuerda
que “de improviso, la gente comenzó a comprarle discos a los vaporinos del
terminal, estos a traerlos de una forma continua y algunos picós como El
Coreano y el del hijo de Víctor Reyes -el del famoso cine y salón de baile El
Virrey- difundían nuevos temas como el Chacabun de Joey Pastrana. Después se
metió con todos los hierros Richie Ray”.
El Sexteto Habanero.
A finales de los sesenta surgen una serie de programas radiales como el de
Pedro Juan Meléndez y Félix Chacuto, en la Voz de la Patria; Ritmo, Fiesta y
Sabor de Chicho Barrios, que posteriormente se llamaría Festival Antillano,
impulsando una serie de temas y músicos que pedían los oyentes como Ran Kan
Kan de Tito Puente, Johnny Pacheco, el Watusi de Barreto, Joe Cuba, Pete
Rodríguez, José Curbelo y Tito Rodríguez. Después, Mike Char se metió de lleno
a la programación de Radio Olímpica, ubicada en Murillo con Cuartel, frente al
desaparecido teatro Murillo, como dice Escorcia “ y eso era pura música
antillana, acompañado de Luís Altamiranda y otros”. Gran parte de la música
programada en estas emisoras y programas era surtida por los vendedores de
discos locales, que ampliaban su mercado difundiendo previamente los números
salseros en la radio, creando en los dueños de picós la necesidad de tenerlos
en su programación, para mantenerse al día y poder complacer las peticiones de
los bailadores.
Azúcar Pa' Ti. Quizás a esta composición se le considera el segundo himno popular en Barranquilla
LA MÚSICA QUE VENÍA DEL MUELLE
“Willie Colón no había pegado ningún tema en Barranquilla al
final de los sesenta” señala otro veterano vendedor de discos, el barriobajero
Ildefonso Viveros: “Un man que vendía discos estaba en huesao con Cheche Colé.
Yo le compré los tres que tenía y salí a venderlos al burdel Las Vegas y al
picó El Hit del Momento. Los dueños del aparato me dijeron que pasara a
cobrarles el dinero el día domingo en la verbena La Lancha. Ese día, cuando
llegué me enteré que la gente estaba pidiendo una y otra vez a Cheche Colé”.
Viveros es tajante al señalar que los picós eran los que imponían los temas.
Pero no en todas partes. Cuando los contrataban en el norte les leían
previamente la cartilla: “Aquí no se puede colocar ni salsa ni descargas”.
Asunto por demás que poco importaba a aquellos programadores de maquinas de
sonido, con un público fiel que las seguía todos lados, en verbenas y hasta en
las jaranas domingueras del Jardín Aguila, donde, según algunos de estos
vendedores de disco, difusores de la salsa, bailaban gozonamente emparejadas
las muchachas de servicio.
Esos temas inolvidables
Para Viveros, la historia de su oficio y de su labor de proselitismo musical
en las barriadas barranquilleras de la música antillana se inicia a finales de
los cincuenta y a principios de los sesenta. “Un vaporino le da a Eduardo
Molinares unos discos. Este los vende y el tipo le sigue trayendo, surtiendo
al principio al Coreano. Después, un man llamado Silvino traía la música de
Pacheco. Conociendo ya la ruta, íbamos al terminal a comprar los discos que
venían en el barco Ciudad de Bogotá o el República de Colombia. Un tal
Aparicío era el que más discos traía y el que más conocía de música. Hugo
Jaimes le traía discos a La Cien y también vendía por otros lados. En la zona
rebolera cercana al cine Tropical había un pícó llamado El Guajiro que toda su
música era sello americano”.
EL BARRIO DE LAS 33 REBOLUCIONES
El epicentro de todo este movimiento musical barrial, en torno
a la salsa, fue el barrio Rebolo. En esta zona estaban bares con sus picós de
planta, como el Boricua, La Cien, El Diamante, el Xiomara y el Sayonara.
Aunque es cierto que los vendedores de discos también recorrían otras zonas de
la ciudad: en La Ceiba, en Las Nieves con los picós El Tambo y el Boogaloo y
un salón de baile llamado Los Manguitos, donde se batían a punta de descargas
y swing de paso fino los bailadores exigentes y los picós entraban en duelos
legendarios por demostrar quien tenía mejor material bailable. A finales de
los sesenta y principios de los setenta se inicia el enclave salsero de la
carrera 21, con bares como el Apollo 11, Las Vegas, El Malecón que tenía a
Lucho, un mesero correntón que servía bailando y cuando soltaba las
obligaciones laborales echaba un pie con ovaciones del respetable publico
masculino y La Isla Antillana de Mañe García con sus boxeadores despachando
frías en las mesas.
Un circuito de gente gozona de los sectores populares que
ayudó a levantar toda una época de la vida cultural barranquillera, entre
tragos de ron y puchos de vida, gente que hoy en día se niega a abandonar el
barco de la salsa. Para ellos sigue navegando con gracia en las antillas de su
memoria, un recorrido tan largo que nunca terminará. Muchachos viejos que se
quedaron por siempre jamás escuchando aquellas canciones, negociando sus
discos antiguos en secretas cofradías que programan sus encuentros dominicales
en calles de sectores populares, como un foco de resistencia nostálgico frente
a los modernos embates de estos tiempos inaudibles.
De Venezuela El Sexteto Juventud.
Derechos Reservados de Autor
Edición de abril de 2005